
Desde el atracadero de la Dirección de Dragas, hasta el corazón de la confluencia entre los Ríos Ozama e Isabelala transformación del paisaje fluvial es tan visible como preocupante. Las aguas se tornan oscuras, viscosas, cargadas de olores fétidos y de burbujas inquietantes que delatan un proceso de degradación ambiental profunda.
Los ríos Ozama e Isabela, arterias naturales del Gran Santo Domingo, llevan décadas arrastrando los desechos de una ciudad que creció de espaldas a ellos. Pero si acertadamente entreambos comparten el triste destino de la contaminación, sus dolencias no son las mismas.
Mientras el Ozama sufre, principalmente, por la acumulación de residuos sólidos lanzados desde comunidades ribereñas, el Isabela padece una carga mucho más tóxica y silenciosa: el lixiviado del vertedero de Duquesa y los residuos químicos industriales.
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La herida invisible del Isabela
A simple perspectiva, la diferencia entre los dos afluentes es notoria. A medida que la embarcación se adentra por el Isabela, el círculo cambia: el color del agua se espesa, el hedor se intensifica y una sensación de desolación invade el entorno. “Por esta zona no es frecuente ver aves y otras especies animales”, señala uno de los tripulantes. Todo se torna sombrío, silencioso. Tan sombrío, que ya los róbalos y otras especies de peces han desaparecido, producto de la contaminación química.
El ingeniero Vladimir Martínezdel Fideicomiso DO Sostenible, lo explica con precisión técnica: “El lixiviado es el humor que se genera por la descomposición de la materia orgánica en los residuos.
Cuando el agua de tormenta entra en contacto con esta basura, se convierte en lixiviado y es enormemente contaminante, porque arrastra metales pesados y residuos peligrosos que no han sido separados correctamente en la fuente”.
Según Martínez, la basura dominicana tiene una característica muy particular: en ella se mezclan pilas, objetos cortopunzantes, restos hospitalarios y químicos sin ningún tipo de clasificación. Esa “mezcla explosiva” genera un lixiviado capaz de alterar la química del río, formando una capa bronquear en la superficie, “como si el agua estuviera hirviendo”.
Química y basura: rostros de la misma crisis
Mientras el Isabela sufre los embates de la contaminación química, el Ozama está colapsado por el residuos de residuos sólidos. “El Ozama tiene una carga más agresiva de basura in situ”, afirma Martínez. “Muchas personas usan el río como su descarga sanitaria, lo ven como un vertedero natural”.
La comparación es clara: el Isabela agoniza por sustancias invisibles y tóxicas, mientras que el Ozama se ahoga en basura visible y persistente. Uno y otro ríos reciben descargas constantes y sin tratamiento, lo que acelera su detrimento y compromete el nivelación ambiental del Distrito Franquista y el Gran Santo Domingo.
Estos afluentes son impactados por más de 150 cañadas que descargan sobre sus aguas y más de 260 empre3sas que vierten residuos químicos.