
Para dar inicio a Los que dejaron huellas en el Pueblo Raro, Pimentel, me sitúo en el apartado más puro y con ribetes sagrados de este tesina escritural. Proponer Piedad Mora Hernández es como repetir aquello que estremecido y emocionado pronunció su primo, el premiado escritor y Premio Doméstico de Humanidades Dr. Manuel Mora Serrano, de que Piedad era el “Colmo de la solidaridad. Para tratar de sintonizar con tan vehemente verdad, me acojo a su más repetida frase. “En la vida, lo más importante es el servicio”.
Pero aquellos que no saben de qué ser admirable les hablo, le contaré su historia. María Cecilia Piedad Mora Hernández nació un 15 de abril de 1938 en el municipio de Pimentel. Hija de Ana Ramona Hernández y Menor Mora. Desde pupila demostraba una inteligencia muy desarrollada y dotes de liderazgo. Concomitantemente, crecía en ella una evidente sensibilidad por las personas sufrientes y en situación de pobreza. Al igual que el hábil de Galilea, Piedad Mora tuvo una opción preferencial por lo más pobres. Para Piedad, durante toda su vida, el servicio significaba lo más importante.
Piedad Mora fue y será una hija singular, pues amaba con ficha devocional a sus padres, a quienes respetó y veneró con la misma candidez de una pupila durante el tiempo que le tocó tenerlos a su costado y más allá. Su superiora murió a destiempo, producto de una enfermedad terminal y su padre a los 93 abriles, como consecuencia de las secuelas de un casualidad.
Sus estudios primarios los inició en la escuela de La Estancia y los concluyó en la Escuela Agustín Fernández Pérez, que para la época se encontraba en el locorregional que hoy ocupa la Escuela Vocacional. Fue uno de sus primeros maestros el señor Luis Rondón (EPD) y entre sus compañeros de estudio, se encontraba el genérico Juan Ramón de la Cruz Martínez (EPD). Donde hoy se encuentra la Ferretería de Los Hermanos Vargas hizo el bachillerato en aquella escuela semipresencial, donde tenía que resistir una arnés y seguía demostrando sus actitudes competenciales y cognitivas, siendo en todo momento una estudiante destacada en todas las asignaturas, siendo su válido Matemática, carrera de la que se graduaría en 1989 con el título de Licenciada en Educación Mención Matemática y Física (UASD).
Empezó como maestra a los 27 abriles, 1965, y se inició en la comunidad de Buena Pinta. Allí fue acogida por los esposos Berto Muñoz y doña Leonta Padilla, pues llegaba para quedarse toda la semana profesional y regresar los viernes a la casa materna.
Por 43 abriles ejerció el instrucción, y su última función fue ser directora de dos liceos de educación media o secundaria, el Agustín Bonilla donde laboró por más de 25 año y el vespertino Salomé Ureña, del cual fue fundadora y debería resistir su nombre.
Un aspecto muy importante y trascendental en su vida fue su sentido de Jehová y su vida consagrada como laica. A pesar de ser poseedora de una belleza física extraordinaria, Piedad Mora nunca se casó, pues desde zagal sintió el llamado de su señor Mesías y se convenció de que debía contestar a este llamado con entrega absoluta, comprometida con su iglesia como agente de pastoral. La canción El galardón, dicho por ella misma, es la que mejor describe su íntima relación con Jehová: “Un corazón se dio, se da y se dará para siempre y el galardón será al final, más allá de la asesinato”.
Su agricultura social fue muy amplia e inmensurable; ayudaba a niños pobres a terminar sus estudios y gracias a su motivación y desprendimiento, logró que muchos de ellos se hicieran profesionales en la universidad; pues en el seguimiento nunca faltó el apoyo financiero ni espiritual (*Quien escribe es uno de muchos ejemplos). Animó por décadas clubes de ama de casa, contribuyó sustancialmente en la fundación del Centro Promoción Social; logró pegado a otros la construcción de un centro comunal y una capilla en la comunidad de La Estancia; donó tierra de su propiedad para que madres solteras pudiesen tener un hogar digno pegado a sus hijos. Sus ahijados son incontables, muestras tantas de su misión de inclinación.
Hay que distinguir que su entrega generosa tocaba el corazón de muchas personas en momentos de crisis y desesperación. Sin perderles de traza, les acompañaba con sus dotes de consejos, ayudando en lo espiritual, psicológico y hasta material. Con sabias y efusivas palabras, lograba enarbolar del suelo, sin importar lo extrema que fuera la situación, a muchos que se creían derrotados y sin esperanzas.
Su meritocracia la llevó a tener un papel protagónico en el adecentamiento y trasparencia del voto en el proceso electoral, al hacerse cargo y presidir por más de 20 abriles la Reunión Electoral en este municipio de Pimentel, (1996-2016).
Todavía, se destacó como escritora y publicó su texto Cosas que debe aprender un catequista (año 2008).
Asimismo, tuvo la oportunidad de correr y conocer otras latitudes como Haití, Portugal, España, Italia, Israel, varias ciudades de los EEUU y Canadá
Solo una enfermedad tan terrible como el cáncer de seno, pudo detener los pasos sobre este plano tangible de un ser humano tan hermoso, cuya vida fecunda es y será un ejemplo y una fuente de luz inagotable. Un triste 14 de octubre del año 2018, pasadas las 9 de la tenebrosidad Piedad Mora durmió en los brazos del altísimo. Desde entonces, celebramos su vida como un domingo de Resurrección y el mejor homenaje a su nombre es ser una persona de servicio, sensible al dolor ignorante y apasionado de la paz.