Las olvidadas pulperías rurales | AlMomento.net

Las olvidadas pulperías rurales | AlMomento.net

EL AUTOR es periodista y sociólogo. Reside en Santo Domingo.

Paulatinamente, condenadas a su terminación a consecuencias de la señal modernidad, aún prevalecen, con una acentuación último a la que les caracterizaban en otras épocas, las emblemáticas y muy concurridas pulperías rurales, modestos establecimientos comerciales de narración que facilitaban un ambiente ideal para una valiosa interacción social espontánea y franca de relevancia extraordinaria en cualquier punto de la efectividad doméstico.

Constituían el epicentro para compartir sin distinción de procedencia, edades, connotación social o política y creencias religiosas para, adicionalmente de lograr y consumir algunos alimentos, bebidas y ropas, exigidos por la sobrevivencia, entre otros servicios, esperar a la persona citada para una interesante negociación, enterarse de los diferentes vericuetos del momento, relacionados con la convivencia social en el punto geográfico de residencia.

¿De dónde viene lo de Pulpería…?

A discernimiento de algunos estudiosos el concepto «pulpería» tiene sus orígenes inciertos, aunque se cree que proviene de la palabra «pulque», bebida alcohólica de origen prehispánico que se obtiene de las pencas del maguey y se elabora a partir de la fermentación del mucílago, sustancia de textura viscosa. popularmente conocida como “hidromiel”.

Igualmente destacan que las pulperías como establecimientos comerciales surgieron en los dominios hispanos de América, a partir de mediados del Siglo XVI, y se extendieron desde Centroamérica hasta el Cono Sur.

En sus inicios, eran puntos de expendeduría que proveían todo lo necesario para la vida cotidiana, así como espacios de choque social, especialmente en áreas rurales y en las fronteras coloniales.

Esencialmente, representaron puntos en donde se realizaba la traspaso al menudeo de artículos de todo tipo, entre ellos, comestibles, bebidas, herramientas y vestimentas, emplazado en el campo o en la ciudad y en caudillo montado con un haber modesto.

El caso dominicano

Las tradicionales pulperías rurales, generalmente ubicadas a la orilla del camino, transición entre el ventorrillo y el colmado, excitaban los luceros con el frondoso racimo de guineos, la atractiva pila de aguacates y suculentas frutas tropicales, olorosas y llenas de colorido, en donde incluso resaltaba la traspaso de cachimbos, petacas de carbón, deliciosos dulces caseros, tirapiedras y la exhibición de múltiples frasco y botellas vacías, que hacían rememorar el inicio de algunas vivencias amatorias.

Como evidencia de aquellos saludos no se debe exhalar al zafacón del olvido aquellos medidores de grasa y porciones etílicas muy demandadas y de pagos insignificantes.

Hacemos narración a punto de expendeduría y disfrute de variopintos productos y servicios en donde la reunión para conocer lo que pasó y podría ocurrir, en los diversos escenarios de la comunidad, era poco frecuente.

Al pulpero, casi siempre, le caracteriza una inteligencia natural y era amigo de todos, reflejando siempre su interés en no quitarle la razón a ningún consumidor y al tiempo que a nadie se la daba.

Era el estafermo social para suavizar las disputas y como a todos los parroquianos conocía, al bueno, el malo y el feo, el bizarro y al bellaco, sabía cómo asaltar con equidad y perseverancia a sus clientes o simples visitantes.

Como allí hacía presencia y se hablaba de todo y sin límites de tiempo y temas, sus administradores, en sentido caudillo, terminaban asumiendo el rol de los caprinos desquiciados, escuchando, viendo y en silencio, evitando que las aguas salieran de sus cauces.

Entre sus bienes de trabajo nunca faltaba la deteriorada bloque donde anotaba los nombres de los amantes del “fiao” y en donde, luego de determinar quiénes eran «los malapagas», procedía a propagar sus nombres en cultura grandes en un cartel adherido a una de las paredes del nave.

Las pulperías incluso fueron sitios predilectos para las reuniones y el debate de los temas políticos de interés.

En algunos de sus setos se exponían retratos de los caudillos y décimas en torno a las elecciones que muchas veces motivaban a extensas y ácidas discusiones que, posteriormente de varios tragos de Palo Remoto y otras marcas, terminaban con ruidosos disparos de un Pata de Mulos y un Viva el Patriarca..!! y un prolongado, caraaajo..!!

De igual modo, esta característica de núcleo social y de enamoramientos de nuestras pulperías rurales, lamentablemente, con frecuencia se traducía en teatros en donde se escenificaban innumerables y dolorosas desgracias, a consecuencia del rencor armado, el honor ofendido, la suspicacia ruin y el orgullo banal, tal como lo recuerda el acucioso Ramon Emilio Jiménez y una sus interesantes y fascinantes obras.

Procede resaltar que en el inspección notorio de las pulperías de nuestra zona rural del país jugaba un papel fundamental, la calidad de los productos y el servicio que brindaban a sus usuarios, el receptividad y cortesías de los pulperos y el perfil psicosocial de las personas que asistían al establecimiento.

En muchos de estos deslucidos centros de comercialización y convivencia social existía la prohibición de entradas a las mujeres bajo el criterio de que algunos de sus administradores entendían que las féminas motivaban a personas incontrolables a frecuentes expresiones verbales imprudentes, adicionalmente de que prevalecía la falsa valoración en torno a las damas quienes eran estigmatizadas, generalmente, por su belleza, coquetería y provocación, como las que inducían al irrespeto y sus fatales consecuencias.

En la evocación de aquellas casitas, con frecuencia levantadas con maderas y zinc, asediadas de personas de diferente pensar y comportarse, donde se proyectaba la esencia del alma del vecindario en torno un negocio rudimentario y de pequeño haber, resaltar, en gran medida el sacrificio, la actividad y persistencia del hombre y la mujer dominicana respetuosos del trabajo como fuente para el residir con dignidad y merecer el residir con dignidad.

Recapacitar y exponer sus expresiones de sufrimientos, alegrías y convivencias, más que un deber ineludible constituye una forma de interiorizar, socializar y resaltar una fase trascendente que pone de manifiesto rasgos valiosos de nuestra identidad doméstico tan olvidados en la sociedad del presente.

Así de simple…

Jpm-am

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