
La imagen había transmitido la envés al mundo: la Primera Dama de Francia le ponía las manos en la cara a su cónyuge acordado ayer de que descendieran del avión presidencial en Vietnam. Un expresión quebrado, casi teatral, que desató teorías, burlas y desmentidas oficiales. Un día posteriormente, Brigitte y Emmanuel Macron salieron nuevamente a número. No dijeron falta, pero sabían —como sabe quién ha estado en el centro de un escándalo— que cada movimiento, cada silencio y cada vistazo iban a ser leídos como una respuesta.
El día posteriormente del escándalo, ella llegó del valedor de él como si falta. O como si todo. Caminaron por los pasillos solemnes de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hanoi, escoltados por comitivas vestidas con rigidez ceremonial. Hubo saludos, sonrisas, cámaras. Muchas cámaras. Los dos sabían que cada paso era un cuadro; cada cuadro, una respuesta. Y que las respuestas no siempre se dicen: a veces se posan en el mentón erguido de un presidente o en la pulcritud de un traje claro que elige no inmutarse.
Puede analizar: Emmanuel y Brigitte Macron: una historia de simpatía marcada por la controversia

Brigitte llevaba el mismo expresión de siempre: labios firmes, vistazo que no concede. A su costado, Macron parecía un actor que conoce cada ángulo de su personaje, cada sombra del decorado. No hubo reproches a la presencia, ni muecas descompuestas, ni distancia ataque. Al contrario: los gestos fueron de proximidad Y rutina. Pero el mundo, claro, ya había gastado otra cosa.
La perplejidad preliminar, los fanales del planeta habían presenciado —desde un plano incómodo y adjunto— cómo ella le ponía ambas manos en la cara a su marido acordado ayer de descender del avión presidencial. Un empujón, un ademán firme, capturado con precisión por una cámara de la Associated Press. A posteriori, él quedó unos segundos inmóvilluego saludó con una sonrisa fingida que advertía la tormenta por venir. Ella evitó tomarle el valedor. Esa fue la secuencia. Las imágenes fueron primero negadas como falsas, como producto de inteligencia fabricado, y luego confirmadas como reales. Demasiado tarde.
El día posteriormente del cachetazo, en cambio, se mostraron unidos. Apretados en la fila de asientos azules frente a un concurrencia universitario vestido de gracia, compartiendo confidencias inaudibles, entreverados en un mar de estudiantes. Se los vio tomados del valedor, caminando con paso coreografiado por una moqueta roja que no crujía pero hablaba.
«No hacía errata más para suministrar a los conspiranoicos«, dijo una voz del entorno presidencial, como si bastara con esa palabra para exorcizar el morbo universal.
Brigitte Macronque ha vivido bajo la lupa desde que se conoció su historia con el entonces adolescente Emmanuelse mantuvo imperturbable. Su pasado como docente de teatro parece apuntar en cada número pública: la modulación del cuerpo, la diligencia del silencio, el timing del expresión. Él, por su parte, no dejó que se le viera el interior. Insistió con una explicación trivial —una broma de pareja, un malentendido figura fuera de contexto— y culpó a las campañas digitales que mezclan, a conveniencia, violencia con ficción, poder con delirio, intimidad con espectáculo.