
Las denuncias de mutilaciones toleradas por autoridades subalternas, de invasiones ilegales por agricultores nómadas, de haitianos acampando nuevamente en Los Haitises; y de extracciones de materiales de los ríos a plena luz del día con vigencia de abriles, delatan, en primer término, una ostensible insuficiencia de capital y personal capacitado al servicio de esa causa. Prueba al canto a la paisaje de los habitantes de la ciudad de Santo Domingo y sus entornos: sus dos ríos inmundos continúan como destino de toneladas de desechos sólidos y líquidos. Con destino a el Ozama persiste el tiro masivo de basura desde su habitados márgenes de más de 15 kilómetros de extensión de flanco y flanco; mientras el envenenamiento de sus aguas y las de su confluente La Isabela corre por cuenta de vertidos provenientes de industrias de otras áreas escapando a plantas de tratamiento inexistentes o fuera de servicio. Está por otra parte el vertedero de Duquesa que contamina a profundidad el subsuelo. Las derivaciones líquidas de la descomposición de despojos que allí van a detener viajan hasta las corrientes fluviales. No ha ocurrido aquí una protección integral de las reservas boscosas en la que tengan décimo las comunidades que actualmente impactan negativamente la naturaleza habitándola.
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El país avanzó efectivamente en dirección a crear un tratamiento abierto y sostenible de sus áreas vírgenes con la creación de 132 áreas protegidas que cubren el 25.6% del comarca franquista y el 10.8% de la superficie cuadro pero no pocas de ellas existen solo en el papel. Y así seguirían a menos que se adopte con aprieto un nuevo maniquí conservacionista para sustituir el coetáneo. De una flamante conferencia con importante décimo de la comunidad científica franquista celebrada en Universidad Autónoma de Santo Domingo emergió un llamado a unir esfuerzos sectoriales para reforzar la protección de los capital naturales como cojín para el bienestar colectivo. Se está frente a un peligro existente expresado por organismos especializados que ven países amenazados, incluyendo RD, por una creciente pérdida de biodiversidad en perjuicio de la seguridad alimentaria, la salubridad humana y la estabilidad económica atacadas por otra parte por el cambio climático.