
La violencia ya no sorprende, se ha vuelto rutina. Cada día nos despertamos con una nueva tragedia: una grupo en duelo, una comunidad destrozada, una mamá que llora desconsoladamente la pérdida de su hijo.
Brayan Alberto Villar Ángeles, así se llamaba el adolescente de 21 abriles asesinado anoche por un antisocial. Es otro nombre más en la larga directorio de víctimas de la violencia que golpea a San Francisco de Macorís, una ciudad que clama, sin éxito, por un poco de paz.
En el mes de mayo, la violencia ha mostrado su peor rostro. En el sector Hermanas Mirabal, una discusión terminó en un incendio que redujo a cenizas tres viviendas. Varias familias lo perdieron todo: su hogar, su seguridad, su tranquilidad. En Salcedo, un adolescente mató a su padre a golpes. Cada historia parece más desgarradora que la preparatorio.
Es cierto que la violencia ha estado presente en nuestra sociedad durante abriles, pero desde la pandemia ha aumentado de forma amenazador. ¿Qué está alimentando tanta ansiedad, tanta cólera contenida, tanto desprecio por la vida ajena?
A pocos días de iniciar junio, la comunidad de Santa Ana fue sacudida por otro hecho lamentable: una mujer le quitó la vida a su marido, dejando a dos niños en la desamparo. Más allá del dolor general, este suceso refleja la pérdida de control en los entornos donde se supone que debe favor afecto y protección.
Además en el sector Rabo de Chivo, Juan Alberto Tejada Rivera fue asesinado de doce disparos al salir de su casa. No hubo advertencias ni discusiones: solo homicidio. Un crimen que deja al descubierto el amenazador maltrato de los títulos y la empatía en sectores donde, sencillamente, ya no parece existir sexo al prójimo.
Este artículo no sondeo solo describir la sinceridad. Es un llamado a la conciencia. Necesitamos conversar con emergencia sobre la lozanía mental. Crear espacios para el diálogo, cascar los micrófonos de los medios, invitar expertos, y soportar este tema a cada rincón de la sociedad.
La crisis que vivimos no se resolverá sólo con más vigilancia o castigos severos. Debemos mirar con destino a adentro, identificar lo que nos está rompiendo como individuos y como sociedad, y aparecer a recuperarse. Ofrecer apoyo a quienes ya están al borde del colapso es más que necesario: es animoso.
Hoy más que nunca, debemos inquirir ayuda, ofrecer ayuda, y trabajar juntos para detener esta ola de violencia que amenaza con consumirnos.