En los inicios el año 1959 mi comunidad emigra desde el Municipio de Castillo, a la ciudad de San Francisco de Macorís, yo llegaba aquí con escasos cinco meses de tiempo y nos aposentamos en la Calle 4, Casa 45 del Suburbio “Rabo e´Chivo”. Mi abuela Epifanía Santos Almánzar, oriunda de San Victor en Moca, Provincia Espaillat–mi antepasado Graciano Rosa Tenares ya habia fallecido antaño de mi inicio–con mi tía Becerrada Rosa a la inicio (la principio que me crió), emigraron ademas mi otra tía Ana Rosa, Lorenzo y Ramon Antonio Rosa Santos (Indignado) y, por supuesto, mi principio Ramona Rosa (Blanca), que era melliza de Indignado.

Rápidamente Epifanía Santos, Mama “Fanita”, como era de todos conocida, se dio a querer en esa comunidad de familia esencialmente buena, servicial, solidaria y religiosa. Era una mujer de mengua calidad pero de una complexión musculoso, de rasgos caucácicos, larga cabellera de la cual estaba orgullosa y se estaba quedando ciega. Aún no lo sabía, pero la catarata le estaba minando su capacidad de visión, era una mujer ágrafa totalmente y lo decía con cierta jocosidad “yo no se ni la o del perro”. Iba a la iglesia cada primer viernes del mes pues, era “Cofrada del Corazón de Jesús” y cada domingo sin decidir, iba a ceremonia de 8 de la mañana. Estaba metida en todo “traque” que implicara ceremonia, hora santa, velorio, la Inexplorado María o Jesús. así con esa carga de costumbre un tanto folclórica, me crié a su costado.

Pero así, como era incapaz de conocer una carácter del idioma castellano, era al mismo tiempo extremadamente sabia, se conocía todos y cada uno de los dichos del refranero popular, los aplicaba y hasta los descifraba para que, aquel que le pedía consejo pudiera entender. Fue, sin punto a dudas una de las mujeres que más me enseñaron en los abriles que estuvo con nosotros.

–Mi hijo–decía–recuerda esto: “La oveja mansa, se mama su teta y la ajena”.—para mi era un refrán que no entendía mucho, la imagen que formaba mi mente era un novillo, una oveja, un chivo, en fin cualquier animal que fuera amamantado, pero no entendía aquello de mamar la ajena. Hasta que comprendí su significado: A veces es preferible, esperar el momento preciso, precipitarse puede ser motivo de fracaso.

–“El que siembra singladura, cosecha tempestades”.–Tú eres el arquitecto de tu propio destino, si da maldad, maldad recibes, si das aprecio, seguro que te querrán.–“Poderoso bondadoso es Don Billete”. El metálico resuelve muchas cosas, pocas son las que no arregla.

–“El camino malo se pasa rápido”–Los problemas difíciles, hay que enfrentarlos inmediatamente. Y así, fui formado en los primeros abriles de mi vida por una persona que, aunque no letrada, pero sí sabía en extremo. Mi abuela se había convertido en un oráculo barrial, todos querían escuchar a “mamá fana” cuando de consejo se trataba, nunca se metió en cuestiones que rebasaran su comprensión por eso rechazaba platicar de política: –“yo digo como Jesús, al César lo del César”.

A medida que avanzaba el tiempo, su catarata fue incluso en avance, terminó como ella misma decía “cieguecita a terror”, en ese momento pase a ser, adicionalmente del nieto amado, el nieto cómplice de su vida, pues debía llevarla a la iglesia cada domingo a oír la ceremonia, debía llevarla a la ceremonia de su cofradía del Venerable Corazón de Jesús y debía adicionalmente acompañarla a trasladar la imágen de la Inexplorado, tradición que se usaba entre cofradas de tener la imágen un tiempecito en cada casa, yo era su “coletilla”, como solía asegurar.

Mi abuela me hizo comprender las razones por las que la ingesta de café es una parte tan importante en mi vida. Resulta que mi principio, el día que nací, venía subiendo a la casa con una “cajón de ropa” y se mareó cayendo al suelo,cuando mi abuela escuchó sus gritos, la trajo a la casa y mandó a despabilarse a su comadre Mauricia, la partera, que inmediatamente decretó: “esta mujer se está pariendo” y comenzaron los trabajos de parto.

Mi abuela en la cocina puso agua a hervir para emplearla en los trabajos de parto y utilizó parte del agua para colar café en lo que yo nacía. Con el primer clamor, corrió al cuarto con su taza de café en las manos y se le ocurrió untarse un dedo y pasarmelo por la boca, es asegurar lo primero que saboreé en la vida fue esa sustancia que me ha acompañado a lo holgado de mi vida.

Tengo un ratonera indisoluble con esa “vieja”. Mi vieja, un cordón umbilical amarrado al corazón que no permite olvidar, ni por un momento todo cuanto fue, ha sido y será en mi vida. Intentando cultivar lo que ahora se da por tachar el “Mini Historia” le escribí esto a mi abuela:

Mi abuela, la que volaba.

Abuela Fanita siempre se sentaba en la vieja mecedora de estiércol, su rostro rugoso vuelto alrededor de la ventana abierta. Aunque sus fanales ya no veían el vibrador verde de los mangos ni el celeste cobalto del Paraíso de San Francisco de Macorís, su espíritu volaba excarcelado. Su anciano anhelo, un secreto susurrado al singladura, era poder demoler como los pájaros que escuchaba trinar cada mañana.

Un día, mientras el sol se ponía tiñendo el Paraíso de naranja y púrpura, le tendí una pequeña figura de un colibrí que había hecho con papel. Ella lo tomó entre sus manos, sintiendo cada pliegue con la delicadeza de quien lee un pergamino venerable. Una sonrisa iluminó su rostro. «Gracias, mi caprichoso,» susurró, «ahora mis dedos pueden demoler por mí.»

Y así fue. Cada tarde, Abuela Fana «volaba» su colibrí de papel, sus dedos danzando en el clima, dibujando piruetas invisibles. Sus carcajadas llenaban la casa, y por un momento, todos en el hogar de la abuela podíamos comprobar la brisa en nuestras caras, imaginando su alegría en el Paraíso. Su deseo no se había cumplido como esperaba, pero había enfrentado una forma aún más hermosa de erigir el planeo, llevando consigo la imaginación y el aprecio de quienes la rodeaban.

Así la remembranza…

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