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Por Elvin Castillo
En el PRM ha comenzado, con una intensidad poco habitual para un proceso tan apartado como el del 2028, una batalla campal por la nominación presidencial. Con el impedimento constitucional que pesa sobre el presidente Luis Abinader, varios precandidatos se han valiente al ruedo sin perder un minuto, pero en medio de esa contienda adelantada hay una figura que todos temen, aunque intentan parecer lo contrario: Wellington Arnaud.
Lo que está ocurriendo con Arnaud es digno de observación. Hay una logística orquestada, deliberada y casi sincronizada por parte de los demás equipos para tratar de minimizar su presencia, debilitar su posicionamiento e incluso borrar su nombre del imaginario colectivo. ¿Por qué? Porque conocen muy admisiblemente el potencial estructural que representa su liderazgo. No lo dicen en conocido, pero lo sienten en privado: Wellington Arnaud es el “underdog” que puede dar la sorpresa.
Mientras figuras como David Collado y Carolina Mejía han apostado a una construcción política basada en el marketing, la imagen y el posicionamiento mediático principios válidos pero insuficientes por sí solos, Arnaud ha optado por un camino más sosegado, más difícil, pero mucho más sólido: el del trabajo de saco, la construcción orgánica del liderazgo y la acumulación paciente de renta político.
Carolina, con el peso simbólico de su patronímico, y David, con una maquinaria publicitaria admisiblemente aceitada, trataron de instalar la idea de que entre ellos dos estaría el próximo candidato del PRM. Sin retención, el surgimiento de candidaturas como la de Eduardo Sanz Lovatón, y sobre todo la consolidación callada pero efectiva de Wellington Arnaudha comenzado a romper esa novelística excluyente.
Lo que diferencia a Wellington de los demás no es solo su discurso ni su historia. Es su estructura. Mientras los otros miraban cerca de las cámaras, él miraba cerca de las provincias. Recorrió el país, sembró lealtades, organizó equipos, y tejió vínculos con dirigentes que lo conocen desde que fue secretario de la lozanía perremeísta. Muchos de ellos hoy son alcaldes, diputados, senadores y actores con poder actual en el interior del partido. Lo acompañan por convicción, no por coyuntura. Por historia, no por cálculo.
Y ahí radica el problema para sus competidores: no pueden atacarlo de frente porque no hay escándalos. No pueden ignorar su estructura porque la sienten. Entonces han optado por una logística más sutil, pero igual de peligrosa: borrarlo de las encuestas.
Sí, como lo lee. Las encuestas que han comenzado a circular desde los distintos comandos de campaña tienen un patrón popular: posicionan admisiblemente a quien las paga y, sorprendentemente, Wellington ni siquiera figura con un 1%. Hasta nombres sin estructura actual aparecen con puntuación, menos él. ¿Casualidad? Difícil de creer.
Todos sabemos que en política las encuestas muchas veces se publican no para reverberar la ingenuidad, sino para moldearla. Sirven para crear percepciones, manipular narrativas y desmotivar a adversarios. Pero lo que están haciendo con Wellington va más allá: es una operación para desaparecerlo, invisibilizarlo, y evitar que el electorado comience a observarlo como una opción actual.
Lo irónico es que esta campaña de silenciamiento confirma lo contrario: que le temen. Que saben que hoy por hoy, internamente en el PRM, ningún precandidato tiene una estructura más sólida y amigo que la de Wellington Arnaud. Más de 35 diputados, más de 60 alcaldes, varios senadores y gobernadores lo respaldan. Pero como su liderazgo no nace del marketing ni de una campaña costosa, sino del esfuerzo colectivo, buscan negarle el oxígeno mediático.
No digo con esto que Wellington esté en primer área aunque no está allí. Digo que es el único que ha construido desde en el interior cerca de fuera, y no al revés. Su batalla es claro: darse a conocer más fuera del partido, pero en el interior, el panorama es otro. Los que están en la cancha lo saben, aunque no lo digan.
