

El autor es abogado. Reside en Santo Domingo
POR JULIO CASADO
En un mundo donde la deducción parece haberse evaporado adjunto con el polvo del techo derrumbado de la discoteca Jetset, surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿cuándo pedirán perdón las víctimas al dueño del establecimiento por atreverse a existir bajo su techo? La ironía, esa utensilio afilada de la impotencia, nos obliga a reflexionar sobre un sistema que, en punto de apañarse ecuanimidad, orilla a los afectados a cargar con la yerro de su propia desgracia.
La perversión de la ecuanimidad: del dolor a la autocrítica
Imaginemos el círculo: familias rotas, jóvenes con sueños truncados y un país consternado. Pero, en punto de que los responsables rindan cuentas por la negligencia en la construcción o el mantenimiento del punto, el guion se invierte. Las víctimas, en su papel de «invitados indeseables», deben disculparse por acontecer predilecto esa incertidumbre, ese punto, ese techo. ¿Cómo osaron encomendar en que un espacio de ocio cumpliría con las mínimas normas de seguridad? ¿Casualidad no sabían que su presencia era un merced que ahora deben compensar con sumisión?
La ironía aquí no es gratuita. Es un refleja de cómo, frente a la partida de ecuanimidad, la sociedad suele desplazar el peso de la responsabilidad cerca de quienes menos poder tienen. Si el dueño evade la yerro, cualquiera debe hacerlo: mejor los que ya no tienen voz.
El mecanismo de la yerro: «Ustedes lo provocaron»
En este teatro del incongruencia, las víctimas son entrenadas para cuestionarse: «¿Por qué bailaba ahí esa incertidumbre?», «¿No había culto las reseñas sobre grietas en el techo?». El mensaje es claro: la tragedia no es un decreto estructural, sino un castigo digno. El definitivo crimen fue creer que merecían diversión sin riesgos.
Este libranza retórico tan global en casos de negligencia empresarial— convierte el duelo en un querella decente. Las víctimas, en punto de rezumar, deben argumentar su existencia en el punto y momento equivocados. El dueño, entre abogados y silencios cómplices, se transforma en una figura casi mitológica: el patrón agraviado por la osadía de sus clientes.
La ecuanimidad como ficción: cuando el sistema protege al poderoso
El caso de la discoteca Jetset no es una excepción, sino un señal de un mal veterano. Allí donde las leyes son laxas y la corrupción permite que se construya con materiales indignos, la ecuanimidad se convierte en una drama. Los informes técnicos se pierden en burocracias, los testigos olvidan lo manido, y los medios reducen el drama a un «choque fortuito». Mientras, las víctimas, arrinconadas por la inacción estatal, empiezan a creer que su papel no es exigir reparación, sino limpiar una yerro que nunca fue suya.
¿No es casualidad cómico —en el sentido más trágico de la palabra— que se espere correspondencia cerca de quien debería reponer por vidas arruinadas? «Gracias, señor dueño, por permitirnos entrar a su establecimiento. Lamentamos que nuestro sudor y risas hayan débil sus vigas».
La ironía como denuncia
Este control de ironía no rastreo burlarse del dolor, sino exponer la crueldad de un sistema que revictimiza a quienes debería proteger. Cuando la ecuanimidad equivocación, la yerro se democratiza, y los afectados aprenden a pedir perdón por no acontecer adivinado el derrumbe.
La verdadera pregunta es: ¿cuándo pedirán perdón los responsables? ¿Cuándo asumirán que un techo no cae por arte de ilusionismo, sino por codicia, descuido e impunidad? .
Nota: Este artículo utiliza la ironía como arbitrio crítico para señalar la inversión perversa de responsabilidades en casos de negligencia. Las víctimas de tragedias como la de Jetset merecen ecuanimidad, no caricaturas de yerro.
Jpm-am
Compártelo en tus redes: