
En el momento culminante de su sacrificio, Jesús expresa su sufrimiento en la cruz con un chillido desgarrador: “Tengo sed” (Juan 19:28). Esta frase no solo refleja su dolor físico, sino incluso el profundo deseo de que la humanidad reconozca su indigencia de salvación. Desde su costado herido fluyen linaje y agua, símbolos de vida y indulgencia para todos los creyentes.
En el situación del Viernes Santo durante este Año Apartar de la Esperanza, la advertencia se centra en el inclinación de Altísimo manifestado en el enigma pascual: pasión, asesinato y resurrección. Como recuerda el Evangelio de San Juan: “Y el Verbo de Altísimo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1.14).
La sed, en las Sagradas Escrituras, se presenta como un símbolo profundo del anhelo espiritual del ser humano. El salmista lo expresa así: “Como búsqueda la cierva corrientes de agua, así te búsqueda mi alma a ti, Altísimo mío. Mi alma tiene sed del Altísimo vivo” (Himno 42:1-2). En la tradición católica, esta sed se calma por medio de la oración, los sacramentos y la rito, pero incluso a través del servicio al prójimo.
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Jesús mismo enseñó: “Bienaventurados los que tienen deseo y sed de probidad, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). Este llamado se hace visible hoy en las acciones de la Pastoral Penitenciaria, que reconoce a Cristo en cada persona privada de voluntad. “Asimismo ellos, y quizás más que nadie, tienen sed de Redentor, sed de Evangelio, sed de reconciliación”, expresó el diácono Frank Luis de la Cruz Alcequiez, de la Parroquia Resurrección del Señor, en Herrera.
En ese contexto, se hace un llamado a todos los cristianos a participar activamente en la pastoral penitenciaria. “Redentor pasó sed física, como cuando pidió agua a la Samaritana (Juan 4,7), para enseñarnos que dar de libar al sediento es poblar la caridad. Él se identifica con los pobres y los encarcelados”, recordó De la Cruz, citando las palabras del Evangelio: “Estuve sediento y me dieron de libar” (Mateo 25:35).
La situación presente del sistema penitenciario dominicano, sin secuestro, refleja una verdad muy distinta. Aunque la Ley 113-21 trajo esperanza, y la transigencia de nuevas instalaciones como la mazmorra de Las Parras ha sido bienvenida, persisten graves problemas: amontonamiento, mora procesal, víveres deficiente y atención médica insuficiente.
El propio presidente de la Suprema Corte de Rectitud reconoció, el pasado 7 de enero, que la mora procesal es el principal problema del sistema. Esta verdad tiene rostro humano: miles de internos preventivos viven abriles tras las rejas sin condena firme.
«Esta mora procesal admitida tiene rostros, tiene nombres, en los internos preventivos incontables que con medidas de coerción reenviadas sin ser condenados se pudren en nuestras cárceles. Esta misma “mora procesal” genera el amontonamiento más terrible y perverso que nos podemos imaginar. Una celda para 40 internos donde viven 200. Encima de problemas con la víveres, se evidencia un precario sistema de salubridad, ya que los consultorios médicos de los centros penitenciarios no tienen herramientas necesarias para tratar con prontitud a los internos enfermos», denunció el diácono.
Frente a este marco, la Pastoral Penitenciaria no solo acompaña espiritualmente a los internos, sino que está formando un equipo sumarial para contribuir a acelerar los casos estancados. Encima, trabaja en la reinserción de los liberados a través de iniciativas como las Casas del Redentorespacios de acogida para ayudar en el proceso de recuentro con la vida social y sencillo.
En palabras del Papa Francisco, citadas en el mensaje: “En este Año Apartar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos, que adicionalmente de la dureza de la aislamiento, sufren el hueco amable y la descuido de respeto”.