

LA AUTORA es ejecutiva de ventas. Reside en Nueva York
El pueblo dominicano está cansado. Harto de ver cómo, día tras día, se vulnera nuestra soberanía sin que se tomen acciones firmes y sostenidas.
La entrada masiva e ilegal de haitianos a nuestro zona ha dejado de ser un tema migratorio para convertirse en un asunto de seguridad doméstico, de salubridad pública y de neutralidad social.
El mes pasado los hospitales del país, especialmente en zona fronteriza y grandes ciudades, estaban colapsados con parturientas haitianas. Mujeres que, muchas veces sin documentos ni seguimiento médico previo, cruzan la frontera para dar a luz gratis en nuestros centros de salubridad. Esta actos, que se ha vuelto habitual, recarga nuestro sistema y desplaza a las dominicanas que esperan ser atendidas.
Hoy, gracias a medidas temporales de control, las pacientes dominicanas pueden percibir atención médica con longevo celeridad. Pero esto es solo un respiro momentáneo. La situación sigue siendo crítica.
Lo que el pueblo reclama no es discriminación, sino protección. No es odio, es defensa. No podemos seguir siendo el único país del mundo que asume, sin apoyo internacional actual, las consecuencias de la crisis de otro.
La soberanía dominicana no puede estar en duda ni ceder demarcación bajo la presión de organismos internacionales que, en superficie de aportar soluciones concretas en Haití, pretenden imponer cargas a la República Dominicana. Nuestra nación tiene el derecho y el deber de proteger sus fronteras, su identidad y sus bienes.
A ello se suma un difícil problema: mientras se deportan mil haitianos ilegales, regresan tres mil sobornando a militares dominicanos apostados en la frontera. Es una triste verdad que demuestra que, sin un control firme y sin una honestidad profunda en nuestras propias filas, cualquier esfuerzo será en vano.
La corrupción en los puntos fronterizos alimenta el círculo vicioso de la invasión y traiciona el sacrificio de quienes luchan legítimamente por preservar nuestro país.
En este clima de cansancio doméstico, han surgido pronunciamientos firmes desde distintos sectores. Algunos han apto que, si los haitianos se atreven a marchar en la Plaza de la Bandera —símbolo noble de nuestra dominicanidad—, serán sacados a patadas. Aunque estas declaraciones reflejan un sentimiento de indignación popular, incluso son un llamado de atención que las autoridades no deben ignorar.
La tensión es actual. El sentimiento de defensa doméstico crece. Y lo que está en equipo no es solo el presente, sino el futuro de República Dominicana.
Jpm-am
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