
Por Fitzgerald Tejada Martínez
La conmemoración del Día Internacional del Trabajo, cada primero de mayo, en homenaje a las luchas reivindicativas del movimiento operario y los mártires de Chicago, paradójicamente, terminó convirtiéndose en un tributo a la desigualdad, fruto de las tendencias mundiales (globalización y finanzas de mercado) que durante las últimas décadas, auspiciaron el crecimiento crematístico de los países, a costa de estrechar internamente su fuerza sindical.
Estos fenómenos y sus consecuentes repercusiones, afectaron la redistribución de los beneficios atribuidos al crecimiento crematístico de la clase obrera, generando un problema de inequidad, cuyo embestida tuvo que ser consignado en el «Décimo Objetivo de Crecimiento Sostenible», suficiente por la ONU, tanto a nivel total, como a nivel recinto, para los países del centro y la periferia mundial.
La época, en la que, el Estado de bienestar de los países democráticos, proveía una decano distribución de los posibles económicos y los servicios básicos, fue sustituida por una etapa del incremento donde el mejora social de la clase trabajadora o proletariado, yace estancada mientras que, cada vez más, la riqueza se concentra en la clase empresarial o burguesa.
En 1990, el mundo contempló el desmantelamiento del “Telón de Arma blanca o Cortina de Hierro” de la finanzas planificada, establecida en Europa, tras la Segunda Hostilidades Mundial. Un año ayer, la caída del pared de Berlín (el 9 de noviembre de 1989), dio paso a la reunificación de las dos Alemania: La Occidental, capitalista e industrial; y, la Uruguayo, menos desarrollada, bajo el paragua soviético.
La tarea de normalización fue colosal, ya que debieron hacer frente a diversas realidades económicas, enormemente disímiles. Sin incautación, los fanales del mundo, veían como un solo sistema; un solo maniquí crematístico —el capitalismo de los mercados abiertos que rechazaba la intervención estatal—, se erigía como la ruta en torno a la prosperidad del siglo XXI.
A partir de ese momento, la finanzas de mercado y los postulados de la revolución neoliberal, se consideraron una fórmula adecuada, tanto para aumentar el crecimiento productivo de los países industrializados, como para modernizar y mudar a las naciones en vía de incremento.
Es entonces que instituciones como, el Fondo Monetario Internacional (FMI), y el Lado Mundial (BM), comenzaron a expandir sus políticas de programas neoliberales para “supuestamente» librar a los países de los problemas de la finanzas, situando el mercado financiero como la institución más importante del mundo.
En objetivo, el proceso globalizador entendido como «una mejor integración económica entre países» —decano comprensión al comercio foráneo y mejor movilidad del haber financiero—, proporcionó razones esperanzadoras para el incremento crematístico de la periferia mundial, al mostrar que, el maniquí capitalista de Poniente, podría replicarse en otras partes del mundo.
No obstante, quienes señalan este engendro, como causa directa del aumento de la desigualdad, suelen acudir a tres argumentos que son ciertamente irrefutables: La deslocalización, la especialización sindical y la revolución tecnológica.
Estos dos últimos factores: especialización y revolución tecnológica —atribuibles solamente a países económicamente poderosos—, ponen como ejemplo clásico, el iPhone: diseñado en la sede de Apple, en Palo Stop (California), pero fabricado en China.
En consecuencia, los tratados de dispensado comercio que redujeron las barreras comerciales, contribuyeron, asimismo, con aumentar el desempleo en los países de origen; dificultando, encima, la dispensado competencia en los países de destino. Por consiguiente, generaron profundas distorsiones, en ambas partes del proceso, es proponer que, la globalización, disminuyó la desigualdad, entre los países, pero aumentó la desigualdad, interiormente de los países.
La reducción de la franja desigual, enarbolada por promotores de la comprensión comercial, se debió, esencialmente, a la convergencia de las economías emergentes, con las economías industrializadas. En tanto que, el aumento de la desigualdad, a lo interno de cada país, se produjo por causas que fueron señaladas anteriormente como resultado de la concentración focalizada de las riquezas empresariales.
Este tema trasciende al debate crematístico para producir existencias directos sobre la vida del operario, con implicaciones en su incremento personal; en su ámbito sindical; en su vigor; y, en su seguridad. Por cuanto, el origen de los problemas sociales, está estrechamente relacionado con el aumento de la desigualdad, precisamente, en la saco de la pirámide social.
Un estudio del Lado Mundial (BM), que cruzaba el índice o «Coeficiente de Gini», con las tasas de homicidios y robos, en varios países del mundo, encontró que, la criminalidad y la desigualdad, tienen una correlación positiva; tanto entre países, como interiormente de cada país, donde existe una causalidad directa entre, el aumento de la desigualdad y el aumento de la criminalidad.
Este antecedente del BM, sugiere que, el crecimiento crematístico que promueve la globalización, no se corresponde con un normalizado más parada de vida, en el segmento poblacional que contribuye con su impulso, sino que, mantiene cierta complicidad, entre las multinacionales, las élites económicas y los sectores políticos que favorecen una encargo permisiva y cómplice con esa verdad, en sus respectivos países.
La globalización, suele ser presentada como «un proceso equitativo que obedece a características propias». Pero, en verdad, es un herramienta de explotación socioeconómica que beneficia el incremento de la desigualdad entre, ricos y pobres, trabajadores y patronos, cuyos existencias nocivos influyen de modo determinante sobre las diversas actividades de los pueblos.
La desigualdad incide directamente sobre la gobernanza, actuando como catalizador de los retos más difíciles, a los que hace frente la sociedad. Este engendro resulta tan planetario como recinto; tan crematístico como político; y, tan común como urgente, ya que constituye uno de los retos mundiales más importantes del presente siglo XXI.
Durante los últimos primaveras, la desigualdad —fruto de la globalización—, ha provocado el mengua progresivo del poder adquisitivo de los trabajadores, en relación con el mercado y sus intereses, el cual ha conseguido fusionar en muchos aspectos, la política foráneo de las multinacionales, con la política interna de los gobiernos.
Por consiguiente, en vez de retirarse a un completo “laissez faire”, el Estado neoliberal, ha promovido aquellas actividades que van conforme con las evacuación del mercado y los intereses que representan, mientras que, reprime y penaliza, las actividades que perjudican ese proceso.
Las políticas neoliberales requerían que cada país, limite su intervención estatal, en los procesos de incremento crematístico —incluida la fuerza sindical—, para que así, se dejase casi todo el poder de valor, a las leyes del mercado, por lo que, las multinacionales, aprovecharon para explotar a sus trabajadores.
Luego, la finanzas flexible, asociada a la globalización, se instaló para reemplazar al antiguo capitalismo fordista, basado en una producción centralizada que concentraba muchas funciones en la misma empresa o centro de trabajo.
En el fordismo, el gran poder de los sindicatos contrarresta la voluntad de las empresas para imponer sus condiciones, formando un contrapeso frágil, producto del cual, existían los Estados del bienestar.
Todo eso cambió, tras la inclusión de nuevos mercados y el incremento de las tecnologías en el transporte comercial, puesto que se abrieron más posibilidades para diversificar la producción recinto, en torno a límites insospechados.
Ahora, los obreros, en China, podrían producir piezas que, luego, eran ensambladas, por otros trabajadores, en Vietnam, para que, cargueros turcos, transporten el producto final, hasta su circunstancia de consumo, en Europa, sin que, por ello, se perdiese eficiencia o productividad.
Este tipo de finanzas “flexible”, se encargó de optimizar cada grado del proceso de producción industrial de modo que fuese lo más efectiva y rentable posible, a la vez que atacaba la saco de la ordenamiento sindical que tantos problemas había causado en el período de posguerra.
Esta flexibilidad, suele referirse, en relación a los procesos laborales, los mercados de mano de obra, los productos y hasta las pautas de consumo. Todavía, incluye nuevos servicios financieros y niveles de innovación nunca vistos.
Anteriormente, los trabajadores habían desarrollado un sindicalismo combativo que servía como escudo frente a las exigencias empresariales que pretendían cambiar su modo de vida; y, por ello, se convirtieron en uno de los objetivos primordiales de los empresarios emergentes de la globalización.
A partir de entonces, muchas fábricas comenzaron su deslocalización en torno a países laboralmente más flexibles, cuyas regulaciones permitían horarios y condiciones laborales, mucho más enseres para el nuevo maniquí de comercio que tomaba fuerza en el mundo.
Esta situación trajo muchos perjuicios al trabajador: por un banda, permitió la acomodo milimétrica de la producción, conforme a las evacuación de la empresa, ya que, una persona, podía contratarse y despedirse, con la misma prontitud y sin costos extras.
Mientras que, por otro banda, la división de la cautiverio de producción, entre empresas y países, dificultaba la dispensado asociación de los objetivos comunes, por lo cual, fueron eliminados muchos obstáculos para estrechar derechos laborales que permitieron obtener mayores ganancias a los empresarios.
Estos fueron solamente algunos de los principales existencias devastadores de la globalización, sobre la finanzas y la productividad, ya que, tras la reestructuración de cada sector productivo interiormente de cada país, millones de trabajadores vieron como sus condiciones laborales desaparecieron en nombre de la competitividad.
En tanto, el agujero sindical dejado luego del surgimiento del engendro de la globalización, nunca ha podido ser llenado, especialmente, porque surgió una competencia externa que erosiona los salarios internos y las condiciones contractuales de las vacantes locales.
El derribo de las fronteras comerciales conectó a todos los trabajadores del mundo. Pero, mediante una conexión controlada desde las grandes empresas. Asimismo, fue provocando un objetivo dominó que expande progresivamente las condiciones de sobreexplotación desde los países más pobres, en torno a los más ricos.
En conclusión, las reformas laborales o la desatiendo de ellas, contribuyeron asimismo a consolidar un mecanismo que está orientado a promover la flexibilidad y la competitividad; priorizando el trabajo, pero atacando la saco de la ordenamiento sindical, para frenar cualquier contraataque de la clase obrera.
La globalización, hizo que producir sea más de ocasión, rápido y efectivo; pero, no mejoró la calidad del trabajo ni siquiera las condición del trabajador, sino todo lo contrario. Por ende, muchas cosas deberían cambiar si aspiramos a que, el Día Internacional del Trabajo, traiga consigo, un Estado de derechos, con progreso, bienestar y incremento social.