“Filmar en RD es un acto de fe, coraje, ingenio y alma”

César Rodríguez es un director de cine y publicista dominicano residiendo en el extranjero. El cineasta ha acumulado más de 25 primaveras de experiencia en las industrias cinematográficas tanto de República Dominicana, como de Puerto Rico y Estados Unidos, creando obras auténticas y apegadas a sus raíces.

“Ruido”, su primera película, fue condecorada con el Premio a la Innovación en el Festival de Cine de Montreal y desde entonces el cineasta ha dirigido y coescrito varios cortometrajes y largometrajes de gran inspección a nivel internacional, como lo son sus obras “La extraña”, “Ingredientes nuestros”, “El fondillo maravilloso” y “Chief Tendoy”, entre otros.

Rodríguez estuvo involucrado en los primeros pasos del cine dominicano con su décimo en la película de Agliberto Meléndez, “Un pasaje de Ida”, y su cercanía a Camilo Carrau, quien adicionalmente de ser su tío, fue su mentor en materia cinematográfica.

Es un director de gran sensibilidad artística y con una visión sagaz y determinada en lo que es el cine. Estas característas son reflejadas en su obra, pero todavía en esta entrevista.

¿Qué me puede contar de su trayectoria como cineasta?

Soy publicista de origen, pero cineasta por pulsión. No exploré el cine para estudiar a contar historias; lo hice para desaprender los moldes y encontrar mi propia voz. Desde el momento en que “Ruido” irrumpió en el Festival de Montreal con el Premio a la Innovación, entendí que el cine no era mi carrera: era mi destino. Cada esquema ha sido una batalla íntima entre lo que veo, lo que siento, y lo que aún no sé cómo nombrar. A veces me toca filmar con grandes bienes, otros medios mínimos; otras, en condiciones casi imposibles. Pero siempre con el mismo fuego.

¿En qué momento de su trayectoria se ha sentido ser César Rodríguez?

Desde que nací. Y no lo digo como frase bonita. Mi cine se forjó entre los gritos de mando de los cuarteles militares donde crecí y los silencios densos de mi raíz leyendo a Faulkner. Aprendí primero en los sets, trabajando con uno de mis parientes preferidos: mi tío Camilo, Camilo Carrau, uno de los más grandes cineastas que he conocido. Incluso asistí al extraordinario director Danilo Taveras en sus montajes teatrales, donde entendí que la secuencia es un acto de respiración compartida. Gracias a Danilo, fui asistente de producción —sin créditos— de “Pasaje de Ida” (Agliberto Meléndez, 1988), una aventura que él produjo y que reunió a muchas figuras fundamentales del cine dominicano, entre ellos Querubín Muñiz, Félix Germán y mi querido Peyi Guzmán, cuya fotografía en Aaton Super 16mm marcó un antiguamente y un a posteriori en el cine dominicano. Desde entonces —en mis comerciales, cortometrajes, largometrajes y todos los pilotos de series— ser César no ha sido una osadía, sino una consecuencia. Cada plano que filmo, cada historia que escojo, es una forma de preguntarme: ¿Quién soy, si no soy esto?

¿Qué recuerda de Camilo Carrau?

Mi tío Camilo era un creador de atmósferas. Podía construir el silencio como si fuera un personaje más. Era un hombre riguroso, pero con una ternura escondida detrás de la cámara. Yo lo admiraba no solo por lo que hacía, sino por cómo lo hacía: con una dignidad casi antigua, de las que ya no se ven. Su cesión no está solo en las películas; está en la forma en que nos enseñó que filmar en este país es un acto de resistor.

¿Cómo fue la décimo de Camilo Carrau en la primera película dominicana que se conozca, La Apero?

“La Apero” no fue la primera película dominicana —ese circunscripción lo ocupa “La letrero de la Inexplorado de la Altagracia”, filmada en 1923 por Francisco Palau, con fotografía de Tuto Báez y sinopsis del poeta Juan B. Alfonseca— pero La Apero sí fue la primera ficción netamente dominicana a posteriori de la dictadura. Escrita y dirigida por Franklin Domínguez, y actuada y codirigida por tío Camilo, una película fuerte, que se atrevió a mostrar las grietas emocionales de una engendramiento marcada por la represión. En ese sentido, “La Apero” es más que cine: es documento, es evidencia, es advertencia.

¿A estas cielo de su mejora profesional, cuál es la principal diferencia entre las industrias de cine de Puerto Rico, Estados Unidos y la República Dominicana?

Puerto Rico tiene una industria vibratorio, marcada por su búsqueda de identidad entre dos mundos. Estados Unidos es un monstruo estructurado, donde el talento compite con la burocracia y el moneda dicta el ritmo. Y la República Dominicana… es una tierra de promesas que quieren romper los que quieren destruir la Ley de Cine y de milagros posibles. Aquí, filmar es acto de fe. Pero todavía es donde el Caribe respira con más fuerza en la pantalla. Lo que nos desidia de presupuesto lo compensamos con coraje, ingenio y alma.

¿El cine es su vida?

No. El cine es mi forma de entender la vida. Filmo para ordenar el caos, para revivir lo que ya se fue, para anticipar lo que no entiendo. Mi vida está hecha de memorias, afectos, terrores, exilios y abrazos; el cine solo es el espejo donde los coloco, esperando que cualquiera más se vea todavía.

¿Qué es lo más importante con lo que un director debe contar para hacer una película?

Con una examen. No me refiero a la técnica ni al presupuesto. Hablo de la examen profunda, esa que no teme al dolor, a la contradicción, al tiempo. Una cámara sin examen es solo un objeto. Un director sin convicción es solo un técnico. Pero una examen verdadera puede convertir una cocaleca en un universo.

¿En qué proyectos está trabajando en este momento?

Por otra parte de mis trabajos de cine publicitario en los Estados Unidos, actualmente estoy inmerso en la posproducción de mi obra más real, íntima y conmovedora hasta la término: el largometraje dominicano “A Veces Alarido”, un confesionario tallado en la núcleo de la existencia, basado en la obra homónima del aclamado escritor dominicano Freddy Ginebra, y producido por mis queridos Alan Nadal y Freddy Arturo Ginebra con la generosa inversión de Altice. Pero más que filmar proyectos, estoy formulando preguntas. Y mientras esas preguntas sigan latiendo, el cine seguirá siendo mi forma de reponer.


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