
La sociedad en la que vivimos está fraccionada. Hay de todo para todos. Por un flanco, muchas personas centradas en sus afanes cotidianos: tribu, trabajo, estudio, etc. Preocupadas única y exclusivamente en hacer lo posible por salir delante, por dar lo mejor de sí para cambiar la situación y el estilo de vida en el que encuentran. Mientras que, por el otro, donde quizás esté la minoría, se encuentren las personas que viven calculando la forma de cómo continuar aprovechándose de los demás, sin importar que para ello tengan que quitarle la vida a cualquier ser humano, porque solo les interesa conseguir parné rápido y cómodo.
Esta situación dibujada anteriormente genera diversas actitudes, pero generalmente la parentela ha optado por la indiferencia, se ha resignado en poner al día la expresión típica de los países subdesarrollados, “Sálvese quien pueda”. Es asegurar, la condición pasiva y evasiva sigue siendo la modo global entre las personas de soportarse y de permitir que la situación permanezca de esta modo hasta que aparezca otra forma poblar. Por eso, el individualismo cada vez más apetito adeptos y se convierte en el “sistema existencial más rentable”, pese a que a dadivoso plazo se sabe que dicho comportamiento perjudica a todos, porque el mundo no está diseñado para que el ser humano viva como si no existieran los demás.
Este cuadro social trae consigo uno de los males más terribles que está afectando a nuestro mundo, me refiero a la corrupción, la cual es un parásito que mata a la sociedad lentamente, y aunque el daño que provoca exteriormente no se nota al principio, porque suele disfrazarse de una imagen pulcra e intachable delante de los demás, se sabe que al final se cumple lo que dice Dios, “No hay nadie tan oculto que no se llegue a descubrir, y nadie tan secreto que no se llegue a asimilar”(Mt 10, 26).
Sin secuestro, aunque la paz y la democracia es el anhelo de los optimistas y de las personas que luchan por el aceptablemente de los pueblos, todavía se pueden encontrar individuos que apuestan por el caos, por la violencia y por toda clase de contiendas dada en las calles y en cualquier rincón de este país, pues estos les genera entradas monetarias.
Hace que sus negocios prosperen, y aunque el aceptablemente colectivo debe estar por encima de cualquier interés particular, estas personas no se detienen delante este principio universal, sino que siguen extendiendo el mal sin límites.
Hay personas que están dándolo todo para crear conciencia entre los ciudadanos. Están haciendo hasta lo irrealizable para despertar a las personas de su estado soporífero en que se encuentran, fruto de la distracción, de la capricho y la multiplicidad de entrenamiento que el mundo del espectáculo pesquisa ofrecerles en distintas ofertas en todos los espacios que circulan. Pero para esto, hay que unir fuerza, retornar a la historia, pensar en el futuro y preguntarse delante de un espejo, ¿qué estoy haciendo para que la sociedad cambie y sea más humana?