
Existe poco casi admirable —heroico, incluso— en la insistencia con la que Tom Cruise y Christopher McQuarrie se aferran a un tipo de espectáculo que la industria moderna parece ocurrir olvidado.
Es comisión: ficticio – el cálculo final, el actor y su director de almohada construyen un monumento no solo al personaje de Ethan Hunt, sino a la idea misma del cine de energía como prueba de resistor física, emocional y cinematográfica.
Aunque el título sugiere un pestillo, Cruise y su equipo han sido astutamente ambiguos respecto a si esta entrega marca el final definitivo de la clan.
Incluso la película juega con esa doble sentido desde sus primeros minutos, abriendo con un montaje que repasa los momentos más memorables de toda la franquicia, como si se tratara de un salón de la triunfo fílmico.
Es un visaje tan triste como melancólico, que plantea una pregunta necesario: ¿cuánto tiempo más puede resistir este hombre, Ethan Hunt, enfrentándose a misiones imposibles? ¿Y cuánto más puede su actor desafiar los límites físicos hasta que uno de sus saltos no lo traiga de regreso?
La trama se sitúa acordado a posteriori de los eventos de Dead Reckoning: Part One —formalidad que aquí se omite con intención— y nos gancho a una carrera total por encontrar el código que podría desactivar “La Entidad”: una inteligencia fabricado autónoma que ha acabado infiltrarse en sistemas gubernamentales, manipular el flujo de información y borrar la estría entre existencia y ficción.
El mundo ha caído en la desorganización digital, y el único hombre que puede hacer poco al respecto, por supuesto, es Ethan Hunt.
Este enemigo intangible representa uno de los cambios más notables en la clan. No es un rival clásico con rostro o motivaciones personales, sino una amenaza existencial que refleja nuestras ansiedades contemporáneas.
La IA, aquí, no solo gancho misiles, sino que todavía fabrica verdades alternativas, se infiltra en redes y convierte el caos en norma.
La película abraza ese caos. Desde los logos iniciales que pasan a velocidad absurda hasta su estructura novelística llena de giros, cambios de locación y decisiones dramáticas que afectan a todo el equipo, The Final Reckoning es una sinfonía de emergencia. No hay espacio para respirar.
Cada set-piece se presenta como un culminación, como si Cruise y McQuarrie temieron no ascender al final.
Entre los rudimentos más criticados está la novelística saturada. El asunto, coescrito por McQuarrie y Erik Jendresen, reparte la exposición con la misma velocidad con la que reparte puñetazos.
Los personajes se sientan en círculo, uno tras otro, soltando frases esencia como si repartieran cartas en una mesa de póker.
Es un procedimiento que, aunque efectivo en la superficie, se vuelve repetitivo y fabricado con el tiempo.
Sin requisa, esas sobrecargas informativas se perdonan cuando llega la energía. Y vaya que llega. Desde una inmersión submarina claustrofóbica hasta una decorado en la que Ethan cuelga de un biplano a miles de metros de categoría, el film encuentra su verdadera voz en el movimiento.
Como siempre en esta clan, las palabras son accesorias: la física es el real idioma.
Una de las mejores secuencias es casi muda. Ethan desciende en solitario en dirección a un submarino para recuperar el código que puede guardar al mundo.
El montaje, la publicación de sonido y la música se combinan para crear una tensión palpable, casi insoportable. En un cine IMAX, la experiencia se siente más física que emocional.
Lo que ayer era una serie de misiones individuales ha sido reconfigurado para conectar con el resto de la clan, incluyendo referencias que se remontan a la película diferente de 1996.
Este “retcon” emocional y narrativo funciona para los fans acérrimos, pero puede sentirse forzado para los demás.
Como apunta IndieWire, hay poco de “demasiado inteligente para su propio correctamente” en esa pobreza de unir todos los cabos sueltos.
Todavía hay una capa de sentimentalismo que se siente, por momentos, forzada.
Se insiste en que Ethan ama a su equipo, que está dispuesto a sacrificarse por ellos, que siente el peso de sus decisiones. Pero el problema, como correctamente señala el crítico David Ehrlich, es que Tom Cruise no transmite emociones normales. Su status de superestrella lo hace atractivo, sí, pero todavía distante. Es difícil empatizar con él cuando insiste tanto en su humanidad.
The Final Reckoning reúne un personal que haría sonrojar a Wes Anderson. Adicionalmente del núcleo habitual (Pegg, Rhames, Atwell, Klementieff), se suman Angela Bassett, Janet McTeer, Mark Gatiss, Holt McCallany, Nick Offerman, Tramell Tillman, Hannah Waddingham y muchos más.
Cada uno tiene su momento, su decorado, su diálogo. Como resultado, el filme pierde foco narrativo.
Ethan necesita a su equipo, pero la historia lo coloca constantemente como el único que puede guardar el día.
Y sin requisa, hay chispas. Las interacciones entre Cruise y Tillman tienen un atracción que evoca a un Cruise más tierno, más impulsivo. Katy O’Brien, por su parte, ofrece una energía no binaria que moderniza el relato y plantea una dinámica interesante —¿un licenciatura simbólico?— que quizás la próxima entrega explore.
El decano mérito de McQuarrie es que, incluso cuando la historia roza lo disparatado, nunca pierde el control tonal. Sabemos que estamos viendo un espectáculo de fuegos artificiales, pero no se convierte en autoparodia.

Comisión: Irrealizable – The Final Reckoning | Trailer oficial (película 2025) – Tom Cruise
Las situaciones bordean lo inverosímil —Cruise colgando de una cuerda sobre un tren en movimiento no impacta como ayer, pero sigue siendo prestigioso—, pero hay una conciencia estética que evita la caída exento.
La publicación, a cargo de Eddie Hamilton, mantiene el ritmo frenético.
A veces incluso demasiado: dos peleas simultáneas, en dos partes del mundo, se intercalan con tanta velocidad que uno desearía un retoño de “pausa emocional”.
El score, de Max Aruj y Alfie Godfrey, acompaña con capacidad aunque no logra elevar el monólogo final de Ethan a la categoría que pretende.
Tal vez no. Tal vez sea otra ilusión más. Si decidimos creer en el título, si tomamos esta entrega como un pestillo, entonces Mission: Impossible – The Final Reckoning es un adiós más que digno.
No por su profundidad —que no tiene— ni por su coherencia novelística —que tambalea—, sino por su entrega total a la experiencia cinematográfica.
Han pasado casi 30 primaveras desde que Brian De Palma dirigió la primera Mission: Impossible. Desde entonces, Cruise ha dejado de ser una promesa para convertirse en una especie de dios del blockbuster.
Aunque la película que vimos en Cannes 2025 no ofrece una introspección sobre el alma de Ethan Hunt, sí ofrece poco aún más raro: un reflexivo honesto del cuerpo —y del peligro— de Tom Cruise.
En ese sentido, The Final Reckoning es cine que se gancho al hueco con la certeza de que cierto, en algún motivo, estará mirando. Y ese, como siempre, es el real pacto ficticio.