
Por Abril Peña
El 1 de mayo, en una audiencia en presencia de el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Leah Francis Campos —nominada como embajadora de Estados Unidos en la República Dominicana— presentó una memorándum que, más que diplomática, sonó a plan de gobierno para un país que no es el suyo.
No habló de cooperación cultural. No se enfocó en la expansión del comercio, el intercambio educativo ni el fortalecimiento institucional conjunto. En cambio, anunció con tono firme que trabajará “incansablemente para contrarrestar la influencia del Partido Comunista Chino en la República Dominicana” y “frenar la inmigración ilegal de dominicanos a EE. UU.”.
Más que representar a su país en presencia de el nuestro, parece que viene a supervisar al nuestro en nombre del suyo.
¿Embajadora o interventora?
La figura de un embajador, en teoría, rebate al principio de respeto mutuo entre naciones soberanas. Su representación es tender puentes, no instalar cuarteles. Pero las declaraciones de Campos evocan más a la doctrina Monroe que a la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas.
La prioridad de su mandato, según lo expresado, no es entender a la República Dominicana, sino corregirla. No es escuchar, sino advertir. No es construir, sino custodiar.
Desde su postura contra China hasta su enfoque migratorio y su reiteración de que no se impondrá a RD la acogida de migrantes haitianos, sus palabras tienen el eco de una supervisora de intereses estratégicos, no de una amiga aliada.
El contexto no es último
La vacante de embajador en RD ha durado más de tres primaveras. En ese tiempo, el mundo ha cambiado y las tensiones geopolíticas se han agudizado. China ha fortalecido su presencia en América Latina, y EE. UU., bajo el liderazgo de Trump, ha reforzado su novelística de “nosotros o ellos”.
La nominación de Leah Francis Campos no es casual: fue agente de la CIA, trabajó en el Congreso y su visión encaja perfectamente con la dirección dura republicana. Su perfil no es el de una diplomática de carrera, sino el de una operadora estratégica.
¿Y nuestra soberanía?
Aceptar sin cuestionar este tipo de nominaciones es destapar la puerta a un tipo de diplomacia que se aleja peligrosamente del respeto entre iguales. Nadie objeta que Estados Unidos defienda sus intereses, pero hacerlo desde el menosprecio tácito a los nuestros es otra cosa.
La República Dominicana es un socio importante para EE. UU. en el Caribe. Pero eso no significa que debamos aceptar, sin crítica ni reserva, la imposición de una embajadora que llega con una memorándum más propia de un procónsul imperial que de una representante diplomática.
¿Quién gobierna aquí?
La pregunta, al final, no es solo retórica: ¿Está el Congreso estadounidense eligiendo una embajadora o designando un presidente alterno para la República Dominicana?
Y más importante aún: ¿qué dice nuestra clase política? ¿Dónde están las voces que deberían defender el principio de autodeterminación, aunque sea con diplomacia?
La relación con Estados Unidos es estratégica, sí. Pero si no se ejerce desde el respeto mutuo, deja de ser alianza para convertirse en tutela.