
Por Leandro Bruni
El anuencia electoral de una gran parte de los argentinos con Javier Milei en 2023 se sostuvo, por un costado, en ser lo más desigual posible a lo que venía gobernando, y, por el otro, en la promesa de estabilizar la riqueza. Estudios de opinión pública del extremo trimestre del gobierno de Alberto Fernández señalaban que siete de cada diez argentinos deseaban un cambio. Los grupos focales profundizaban esa tendencia, revelando que no se trataba de un cambio superficial, sino profundo y radical. Todo estaba donado para que un contrario forastero Se había desempeñado como triunfador.
Complementariamente, el asunto central de la campaña giraba en torno a la riqueza. La inflación —uno de los principales termómetros comprensibles para la sociedad sobre la estabilidad o inestabilidad económica— había oscilado entre enero y agosto en torno al 6,5 % mensual. Como si estos títulos no fuesen lo suficientemente alarmantes, a posteriori de agosto el caos se apoderó del timón de la campaña: entre agosto y noviembre la inflación mensual promedió un 11,5 %, y en diciembre alcanzó un pico del 25,5 %. Todo parecía confluir para que un candidato con atributos asociados a la riqueza —y, sobre todo, que proyectara soluciones— emergiera como el triunfador.
Desde esta perspectiva, Milei encarnó un perfil político que no solo canalizaba el malestar generalizado, sino que además conectaba con el deseo de una posibilidad urgente al daño financiero. No importaba tanto su trayectoria previa, su viabilidad institucional o sus alianzas: lo central era su capacidad de representar simbólicamente un corte con el pasado y, a la vez, una reto al futuro. En este sentido, su figura funcionó como un refugio electoral para quienes creían que la única salida posible requería una disrupción total del maniquí válido. No es casual que la riqueza se haya convertido en el centro del debate electoral: como ya lo sintetizaba el estratega James Carville durante la campaña de Bill Clinton en 1992, “¡Es la riqueza, estúpido!”. La frase, que resumía el foco importante de esa campaña, parece resonar con fuerza además en el caso argentino.
Los influyentes estudios de voto financiero en la ciencia política analizan diversos indicadores para evaluar qué factores racionalizan los ciudadanos al lanzarse su voto. Entre ellos, la percepción de progreso económica, la inflación, la cotización del dólar o el desempleo son los más recurrentes. La variación del Producto Bruto Interno (PBI) —es proponer, el valía total de los ingresos y servicios que produce un país— puede considerarse un indicador objetivo del crecimiento financiero y, siguiendo la teoría del voto financiero, una variable con capacidad predictiva sobre los resultados electorales.
Si tomamos el PBI de Argentina expresado en dólares corrientes para cada año entre 1983 y 2023, y clasificamos la variación previa a cada disyuntiva (ya sea presidencial o legislativa) como aumento, estabilidad (entre +1 % y -1 %) o caída, obtenemos 20 observaciones. A partir de esos datos, se construyó una regresión provisión para estimar probabilidades de triunfo del oficialismo en función del comportamiento del PBI. La probabilidad estimada de que el oficialismo gane las elecciones legislativas de 2025, si el PBI mantiene su tendencia al incremento, es del 86 %. Si la riqueza se desacelera y el crecimiento se ubica por debajo del 1 % o incluso cae hasta el -1 %, la probabilidad herido al 32,2 %. El peor tablado es una caída superior al -1 %, donde las chances de vencimiento oficialista descienden al 3,6 %.
Dicho esto, junto a señalar que, por las características del liderazgo político personalista de Milei, sus candidatos en elecciones desdobladas podrían no tener el mismo rendimiento electoral que le predice este maniquí al propio presidente. Lo más probable —como se vio en el flamante proceso electoral de la provincia de Santa Fe— es que los candidatos de Milei, que no son Milei, tengan desempeños positivos pero discretos. Si en las elecciones de octubre, cuando muchas provincias renovarán diputados y senadores nacionales, el gobierno adopta una conducta más proactiva y visibiliza la figura del presidente en la campaña, el voto financiero, en un año de crecimiento, podría retar a valenza del oficialismo.
El voto financiero no se explica exclusivamente por factores objetivos como el índice de inflación, el valía del dólar o el nivel del PBI. Si la percepción del electorado no coincide con esos indicadores, el resultado electoral puede no vigilar correlación con ellos. Sin incautación, el estudio de la relación entre la variación del PBI y los resultados electorales en comicios nacionales entre 1983 y 2023 refuerza la vigencia de esta teoría. Ningún oficialismo logró triunfar cuando la riqueza cayó más del -1 %. Hubo casos en los que, pese a un crecimiento superior al 1 %, el oficialismo sufrió derrotas. No obstante, el número en el que se apoyan las esperanzas del gobierno de Milei es que en el 84,6 % de las ocasiones en las que el PBI creció, el oficialismo ganó. Parafraseando a Craville, ¿será la riqueza, estúpido?