

El autor es periodista. Reside en Santo Domingo
POT REY ARTURO TAVERAS
En la Plaza de San Pedro, mientras el incienso subía como plegaria muda, en la tierra santa se desarrollaba una ofrenda de los intereses de poder con encuentros de mandatarios.
La homicidio del Papa Francisco, que debía ser un momento de recogimiento mundial, fue asaltada por el instinto de los poderosos de reunirse, tantearse, contar fuerzas incluso sobre la tumba aún fresca del sumo pontífice.
Entre salmos y responsos, los mandatarios no pudieron resistir la tentación de hacer política con la diplomacia y la solemnidad del velorio del Papa.
Donald Trump, con su habitual sonrisa de ocasión, estrechó la mano de Luis Abinader, presidente de República Dominicana, en un avenencia breve, pero que pasó de los apretones de manos al diálogo.
Se saludaron, charlaron animadamente, se fotografiaron como si el cuerpo tendido del Papa fuera el aderezo de una obra más conspicuo: la del interés político.
Como piezas de un ajedrez ciego, Trump incluso se reunió en privado, en el Vaticano, con Volodímir Zelenski.
El mandatario estadounidense y el líder ucraniano, enemigos de conveniencia hasta hace poco, se sentaban cara a cara en una sala apartada, baló la protección sagrada de la Alcázar San Pedro.
Lo controversial del caso es que no hablaron de fe, ni de sentimientos ajenos, sino de aniquilamiento, de redención, estrategias geopolíticas y tierras raras.
Mientras el Papa era llorado por los pobres y los humildes, los poderosos intercambiaban cálculos fríos disfrazados de sonrisas y apócrifo sentimientos de dolor en el santo entierro.
En tanto que Macron y Starmer incluso aparecieron en la campo completando el cuadro patético de una política que no sabe detenerse ni para velar a quien dedicó su vida a predicar la paz.
La Plaza de San Pedro, durante siglos declarante de imperios y caídas, asistió de nuevo al mismo espectáculo de siempre: los reyes del momento frotándose las manos mientras el pueblo, ese inmarcesible huérfano, lloraba de verdad la partida de su protector espiritual.
Francisco, el Papa de los desposeídos, quizá intuía este final, en el que ni su homicidio sería suficiente para silenciar los ruidos de la aspiración humana en la lucha por el dominio del planeta tierra.
En santo padre no esperaba que su zaguero aliento sería utilizado como moneda de cambio en pasillos silenciosos.
En Roma, la diplomacia se disfrazó de duelo, y el velorio se convirtió en un mercado.
Jpm-am
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