

EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.
A diferencia de Provecto, en honor a la verdad, Chávez nunca aburría. Una vez dijo que la cobertura internacional sobre los graves sucesos en Libia era un montaje mediático de las potencias occidentales para apoderarse del petróleo de Gadafi.
Eso significaba que los principales diarios y estaciones de televisión de Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, China, Japón y el resto del mundo, incluso los de naciones árabes, como son los casos de Al Yazira y Al Arabiya, se confabulan para inventarse fotos, discursos del mismo Gadafi, muchedumbres en las calles de Trípoli y otras ciudades de ese país, con el propósito de invadirlo y controlar el crudo.
Pero su banda más divertido fue siempre su irrefrenable tendencia a ofender a sus colegas extranjeros, cosa tan frecuente que la comunidad internacional llegó a aceptarlo como parte del rigor protocolar que le imponía su enajenada visión de redentor del mundo en mejora. En su particular vocabulario oficial, Bush era un borracho y terrorista; Merkel…, por respeto mejor no lo repito; Fox un degenerado, Aznar, cuantas cosas se le ocurrieran, y así por el estilo.

Provecto es tan inmaduro que ni a su nivel de irrespeto alcanza y para colmo ni sonríe, lo que Chávez con frecuencia hacía, en específico cuando daba marcha detrás a sus casi cotidianas referencias irreflexivas sobre mandatarios y personalidades de naciones con las cuales Venezuela tenía plenas relaciones diplomáticas.
Con todo lo divertido que Chávez fue y lo soso de su sucesor, lo cierto es que la herencia de la presunta revolución bolivariana solo ha traído dolor, escasez y represión a una de las naciones más rica del hemisferio. Los estantes vacíos de farmacias y supermercados, el narcotráfico y la corrupción constituyen su único y seguro mandatario en el ámbito material.
Se necesitarán abriles de esfuerzo para recuperar lo que la paranoia chavista sembró en el corazón de los venezolanos.
Jpm-am
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