
Aunque tenía muchos allegados, esclavos y servidores, no tenía uno solo en quien echarse en brazos, siquiera un amigo soso. Todos a su aproximadamente procuraban beneficios, fortuna, auge, y poder; pero nadie de verdadera confianza, por lo cual no tenía solaz ni alivio.
Y hasta los que lo alababan lo hacían con sobradas exageraciones y falacias.
Y hubo una tarde, al cargar el sol (para que suene poético) el personaje de esta narración se sintió solo. Y pensó en que Altísimo fue el único que lo amó con desinterés, con sincero coito paterno.
Puede percibir: La mentira, la peor forma de criminalidad
Y luego de unos breves instantes de congoja y pesar, se movió en dirección a los que eran de su maduro cercanía y les dijo que había pensado inspeccionar a Altísimo y ver si el Señor deseaba darle una oportunidad de regresar a su círculo íntimo, como en el pasado. A lo que sus adláteres, pensando de que se trataba de una trampa, reaccionaron con temor y perturbación, alegando que eso era muy arriesgado y difícil, al tiempo que le advirtieron dos cosas: primero, Altísimo no le iba a devolver el rango y los honores que él antaño de los tiempos disfrutaba, al banda del trono celestial. Y segundo, que no había entre ellos, sus seguidores, quienes tuviesen capacidad ni condiciones ni deseos de relevarlo (aunque Satán sabía que deseos les sobraban a casi todos, y por ello nunca pudo echarse en brazos en nadie).
El maligno decidió consultar a los sabios ateos y antiteístas que deambulaban en agrestes cercanas soledades; los cuales le advirtieron, con todo rigor y objetividad científica posible, que esa valor era inviable correcto a que tendría antaño que someterse a una purificación y un sacrificio infinitamente más terrible que el del propio hijo de Altísimo, porque el Cristo solamente padeció el sacrificio correspondiente a los pecados de las almas que habiéndose pesaroso eran candidatos a ser incluso llamados hijos de Altísimo.
Y por lo cual, al Señor de los infiernos le tomaría el resto de la cielo tal sacrificio y rectificación.
Por unos nano segundos, Satán pareció entristecerse, pero lo que pronto se le notó fue un rostro airado, pleno de venganza y odios inconmensurables.
Los sabios, especialmente los materialistas, explicaron que en todo proceso material y en los que ignorantes creyentes llaman espiritual, existe un punto de no retorno; y lo más riesgoso para Leviatán sería que sus siervos, especialmente los más cercanos, se opondrían rotundamente a su renuncia; y hasta intentarían eliminarlo; lo cual, no siendo posible, se dividirían en miles de infiernos, cada cual con sus regímenes y demonios propios.
En cuyo caso, el propio Satán tendría que permanecer escondiéndose en asteroides y hoyos negros, en dirección a donde escapan muchas almas incapacitadas de convivir con otros espíritus vagantes.
El diablo al fin consintió. Y como muchos humanos conocidos, gentes de relieve y preponderancia, no tienen otra opción que continuar batallando, consigo mismos, y con adversarios y adláteres en el rol que ellos mismos eligieron. Por el devenir de los seres y de los tiempos.