el ciclo de vida de haitianos indocumentados

Era un día como cualquier otro. Aun el Sol no salía por completo y  el asfalto de las calles de Capotillo estaba frío por la aguacero de la perplejidad previo. Ariel Jean, un mozo haitiano de 24 primaveras, parada, de complexión flaca y fanales inquietos, caminaba rumbo a su trabajo en una construcción. Al doblar una ángulo  sintió un sacudida en el cuerpo al escuchar una voz que decía “ahí hay uno”.

Las voces en castellano, que resonaban en el melodía, unánimente con el chirrido de los neumáticos,  no le dieron tiempo a Jean  de procesar lo que pasaba. No hacía equivocación. La camioneta de la Dirección Universal Migración (DGM) había irrumpido en el barullo de callejuelas y los agentes saltaron de ellas y se lanzaron a su persecución.

Ariel Jean vive en un ciclo de detenciones y deportaciones en búsqueda de mejores oportunidades

La vida clandestina de haitianos en la República Dominicana es una lucha constante por sobrevivir
La vida clandestina de haitianos en la República Dominicana es una lucha constante por sobrevivir

Instintivamente, él  echó a pasar, zigzagueando entre los puestos de frutas y verduras, esquivando a los niños que iban a la escuela y tricicleros que se movían en la zona. El corazón le martilleaba en el pecho mientras los gritos de “¡la camiona!” lo perseguían como un eco siniestro.

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Dos  agentes, uniformados corrían tras de él, el sonido de sus  tenis resonaba con fuerza sobre el concreto de uno de los callejones del sector. Jean saltó sobre un montón de escombros, trepó por una horma de block y siguió corriendo con la adrenalina por sus venas, los agentes lo seguían muy  de cerca.

Al doblar en una ángulo, de la falta uno de dos hombres en una motocicleta sin apearse del dispositivo le propino una patada que lo tiro al suelo. Luego lo agarro por la camisa y lo detuvo. Jean levantó las manos en señal de rendición, sabía que no tenía salida.

Los agentes lo amarraron con cintas plásticas y lo subieron a la camioneta, donde otros haitianos esperaban. De ahí fue llevado a un transporte celda que lo llevaría a su destino.

Ya en el camión que se alejaba, Ariel miró por la ventana, viendo cómo los callejones de Capotillo se desvanecían en la distancia. Sabía que esta no era la primera, ni sería la última vez que huiría de la “Migra”, ya que la persecución era parte de su vida en República Dominicana.

El desafío de residir sin papeles: la historia de Ariel Jean en Santo Domingo

Ariel Jean, un mozo de piel curtida, fanales negros como el azabache y entonces con tan pronto como 15 primaveras, cruzó la frontera dominicana al amparo de la perplejidad, con el corazón latiendo al ritmo de sus pasos apresurados. Busco a un abierto que ya tenía tiempo en la villa de Dajabón.

Ya con seis meses en distintos trabajos desde la agricultura, la construcción hasta el comercio, pudo reservar poco de capital y consiguió el contacto que por siete mil pesos le daría un pasaje clandestino en torno a la tierra prometida, Santo Domingo, el centro crematístico y comercial más importante de República Dominicana.

En la haber, el ilegal encontró refugio en Villas Agrícolas, donde con su poco castellano que mezclaba con el creole podía comunicarse con facilidad. Consiguió un compatriota que le llevó a residir con él, y otros incluso haitianos ilegales en una vieja casa abandona.

La construcción fue su salvación, un trabajo duro bajo el sol abrasador, pero una fuente de ingresos que le permitía expedir remesas a su comunidad en Haití, e ir haciendo un economía ya que le habían explicado que siempre hay que tener lo de satisfacer un soborno para salir de Centro de Detención de Haina.

Durante estos diez primaveras,  Jean ya conoce la ciudad, ha aprendido las costumbres, los ritmos y los peligros de su nuevo hogar. Con la  sombra de migración, una amenaza encubierto, lo obligaba a residir en constante alerta y a tener claro que siempre debe tener un fondo para regresar de la frontera y que ahora son 15 mil pesos.

Las estadísticas de deportación aumentan, pero el flujo de indocumentados continúa sin control

Ya son  cinco veces que Ariel, sin documentos, es detenido y deportado a Haití. La pobreza y la equivocación de oportunidades y una tierra cada vez más hostil y sin esperanza, lo empujaron de nuevo a la aventura para sobrevivir.

De seguro el soborno que será para los militares, será un peaje que garantice su entrada ilegal de reverso a Santo Domingo,  donde retomará su vida clandestina, trabajando en la construcción, siempre con la ojeada puesta en la próxima redada.

Su vida es un ciclo interminable entre la nación que lo vio venir al mundo y que lo deja ir con la misma indiferencia que lo recibe, y el país donde vive de forma ilegal. “La detención, la deportación y el plazo del soborno” ya no son un amargo sabor a derrota, sino más correctamente un plazo por su forma de vida ilegal en un país donde es un indocumentado más.

Conclusión

Muy contrario a lo que se pueda pensar Ariel Jean no es el protagonista de esta historia, ni es una víctima. Éll es el producto que se crea cuando hay una frontera entre dos países de los cuales, uno tiene seguridad, crecimiento crematístico y estabilidad política y social;  y el otro es todo lo contrario.

Ariel como todo ilegal haitiano que entra al país lo hace porque paga un soborno para hacerlo, a las estructuras mafiosas que se encargan de este productivo e ilegal negocio.

Pero quizá lo más preocupante  es que mientras las autoridades de la DGM hablan de la cantidad de deportaciones, y el Ejército Doméstico  y Cuerpo Especializado en Seguridad Fronteriza Terrenal (CESFRONT) dicen que la frontera está sellada, el país sigue realizado de indocumentados y a diario se atrapan  vehículos cargados de haitianos.

Repatriaciones 2024

En 2024,  se repatriaron a Haití 276.215  indocumentados desde la República Dominicana. En el primer cuatrimestre de 2025, se deportaron 119.003 haitianos, lo que representa un aumento del 71% con respecto al mismo período de 2024. Pero no hay cifras de cuántos han entrado ilegal este año al país.

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