

EL AUTOR es periodista, director de ALMOMENTO.NET. Reside en Santo Domingo.
En ocasión del aniversario del fallecimiento de José Francisco Peña Gómez, vienen a mi memoria dos experiencias que viví con este líder político, uno de los más carismáticos de la República Dominicana en todos los tiempos:
1) La primera de ellas es demostrativa de la sólida formación académica que él adquirió a pesar de sus orígenes humildes, y,
2) La otra es una prueba del dominio dramático que siempre tuvo en las tribunas, en las cuales se caracterizó como el más ínclito orador de valla de la historia dominicana.
TRIBUNA DEMOCRÁTICA
Siendo yo muy adolescente lo conocí a mediados de la período de los 70 cuando ingresé a ocuparse como reportero de Radiodifusión Comercial. Era una época en que los periodistas de esta emisora, propiedad del patrón José A. Alquitrán Peña, salían a comer a la 1:30 de la tarde tras concluir una primera tanda de trabajo y debían retornar a las 3:00 para una segunda. A mí, por ser estudiante universitario, me asignaron un horario privilegiado de 8:00 a 3:00 de la tarde.
A la 1:30, inmediatamente posteriormente de que terminaba la difusión del conocido noticiero “Noti-Tiempo”, comenzaba allí “Tribuna Democrática”el software vocero del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), estructura opositora de la que Peña Gómez era su secretario común y a la sazón su líder mayor.
Admito que en esa época, con escasamente 20 y pocos primaveras de tiempo, una de las experiencias más grandiosas fue ver cara a cara a un líder de esa categoría, al cual solamente había conocido por los periódicos. Incluso traté de cerca a Hatuey se decampa (quien era el director del software), Tony Raful, Fulgencio Espinal, Rafael Moya, Juan José Carnación, Victor Tió y otros dirigentes del PRD quienes de modo activa participaban diariamente en este espacio, escuchado por no sólo por miles de perredeístas sino asimismo (a modo de monitoreo) por miembros del público Partido Reformista, cuyo líder era Joaquín Balaguer, entonces presidente de la República.
Peña Gómez (siempre con traje sombrío o plomizo, esquivo y evidenciando poca paciencia) leía discursos previamente redactados, de los cuales ocasionalmente se salía de sus textos para hacer enfáticas y candentes improvisaciones. (Precisamente de estas últimas regularmente los periodistas se podrían extraer las mejores noticiario).
PRIMERA EXPERIENCIA
En esa época mi hermano José Pimentel Muñoz (asimismo periodista) y yo, comenzamos a editar un gaceta pequeño denominado “Tribuna del Sur” en nuestra procedente San Cristóbal, ciudad en la que Peña Gómez, en su pubescencia, vivió y fue profesor del Instituto Preparatorio de Menores (Reformatorio) y de la Escuela Pública Juan Pablo Pina.
Aprovechando esta coyuntura, de modo osada pedí al carismático líder que me escribiera un artículo de opinión sobre la efectividad sancristobalense para publicarlo en este gaceta provinciano. Le hice este pedido en tres ocasiones: en la primera no respondió nulo, en la segunda simplemente sonrió y en la tercera me dijo en tono imperativo: “Indagación una grabadora, pues te voy a dictar el artículo!”.
Ni corto ni perezoso, de modo rauda, busqué una grabadora Toshiba «portátil» y en la misma cabina donde él acababa de pronunciar un encendido discurso, comenzó a improvisar el texto. Yo quedé maravillado pues, oh sorpresa, a pesar de ser un mensaje dictado estaba impecablemente acertadamente redactado (hasta con puntos y comas incluidos en los cuales él puso acento), como ningún periodista lo hubiera manufacturado. El lo tituló: “San Cristóbal: Imagen del Incuria”.
Con orgullo conservo este texto en mi archivo personal.
SEGUNDA EXPERIENCIA: UN EXTRAÑO FENÓMENO

Mi segunda experiencia significativa con Peña Gómez se registró muchos primaveras posteriormente, a mediados de la período de los 90, cuando siendo yo editor de noticiario políticas del gaceta Listín Diario, me tocó cubrir una manifestación que el PRD realizaba en el extremo noroeste del puente de la Diecisiete, en momentos muy álgidos de la política dominicana.
Era una de las concentraciones de masas más grandes de las que han sido efectuadas en el país en toda su historia. Había dos tarimas gigantescas: una ocupada por los principales dirigentes perredeístas (incluyendo numerosas mujeres) vestidos todos de blanco, invitados extranjeros pertenecientes a la Internacional Socialista y otras entidades, y otra por los miembros de la prensa. Me abstuve de subir a esta última y preferí ubicarme en un motivo al sur, entre la multitud, para tratar de enterarse mejor las impresiones, reacciones del manifiesto y demás incidencias.
(Hay que resaltar que el PRD tenía la mala costumbre de convocar sus mítines para las 10 de la mañana y comenzarlos hasta dos horas posteriormente). Es así como posteriormente del mediodía, bajo un candente sol de cuaresma, comenzó el discurso de un jubiloso, cadente y entusiasmado Peña Gómez, quien en forma vehemente y haciendo ringorrangos de sus grandes dotes de barricadorcomenzó a resaltar los aportes de su partido al fortalecimiento demócrata y financiero de la República Dominicana.
Cuando los ánimos estaban más exaltados se produjo un extraño engendro: comenzó un tornado, desde el suelo, en una de las áreas, en medio de la multitud. Esto provocó un gran pánico y hubo amagos de que habría una espantada de consecuencias catastróficas, pero Peña Gómez en forma hábil gritó resistente:
–“Compañeros, un momento!”. Luego en forma sosegada agregó: “Nadie se mueva compañeros!”.
Como si fueran ovejas, todos se calmaron y curiosamente el tornado cesó, lo que el hábil orador aprovechó para, en forma inmutable, continuar su discurso.
Aunque para el voluminoso de los presentes el mencionado engendro quedó como poco imperceptible y rutinario, quedó huecograbado en mi memoria, como poco demostrativo de lo que indudablemente es EL PODER DE LA PALABRA.
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