
La mentalidad de víctima, según el psicólogo Scott Barry Kaufman, no es solo un patrón de pensamiento ocasional, sino un estado psicológico que puede anclarnos al pasado e impedirnos avanzar. Esta postura se manifiesta cuando atribuimos nuestros problemas exclusivamente a factores externos —otras personas, el destino, la sociedad— y dejamos de admitir responsabilidad por nuestras decisiones y acciones.
Pero lo más peligroso no es solo culpar al mundo, sino quedarse atrapado en una novelística repetitiva de agravio. Kaufman lo describe como una especie de rizo mental: el pensamiento tournée en torno a la injusticia sufrida, lo que impide encontrar expectativas o pensar en soluciones. “Puedes obsesionarte con la venganza y rara vez piensas en cómo avanzar en tu vida”, señaló en una entrevista con Chris Williamson en el podcast Seso moderna.
Cuando el dolor se convierte en identidad
Todos, en algún momento, podemos adoptar esta mentalidad. Es humano sentirse herido y despabilarse culpables. El problema surge cuando este enfoque se vuelve parte de quién creemos ser. Encargarse el rol de víctima de forma permanente, advierte Kaufman, limita nuestra capacidad de proceder, de cicatrizar y de construir futuro.
Esto se nota en situaciones cotidianas: determinado no nos sonríe y asumimos que nos desprecia, o sentimos que merecemos un trato exclusivo por favor tenido un mal día. “Es ligera caer en la idea de que nuestro sufrimiento nos da derecho a acaecer primero, a ser atendidos antiguamente, a ser comprendidos sin explicación”, ejemplificó el psicólogo.
¿De dónde nace esta forma de pensar?
Kaufman sostiene que no hay una única causa: la mentalidad de víctima tiene raíces biológicas, experiencias de crianza y posibles traumas. “Todo proviene de una mezcla de naturaleza y crianza”, explicó. Algunas personas, por su personalidad, son más propensas a quedarse fijadas en el dolor. Pero igualmente influye cómo interpretamos ese sufrimiento.
“El trauma no está en el cuerpo, sino en la historia que contamos sobre lo que nos pasó”, afirma. Y esa historia, con ayuda profesional o por iniciativa propia, puede reescribirse.
¿Y si mirar a espaldas no siempre ayuda?
Aunque reconoce el valencia de las terapias enfocadas en el pasado, Kaufman es crítico cuando éstas refuerzan una identidad basada en el sufrimiento. “Si solo te ves a través del telescopio de tu victimización, tu potencial queda en segundo plano”, advierte. Validar el dolor no significa radicar desde él. Por eso defiende terapias que miran al futuro y promueven la actividad, como el coaching o la psicología positiva.
La sensibilidad no es pasión
Kaufman igualmente acento de las personas mucho sensibles: aquellas que captan más matices, sienten con longevo intensidad y son más vulnerables al estrés ambiental. Allí de ser una desventaja, esta sensibilidad puede convertirse en una fortaleza si se combina con creatividad, empatía y transigencia a nuevas experiencias.
“No seas víctima de tu suscripción sensibilidad; transfórmala en una preeminencia”, aconseja. El desafío está en evitar que la sensibilidad se convierta en una protocolo que justifique la inacción o la exigencia constante de aclimatación por parte del entorno.
La trampa digital del sufrimiento
En la era de las redes sociales, donde los relatos personales se convierten en moneda de acometividad, Kaufman advierte un engendro preocupante: el de la victimización performativa. Plataformas como TikTok han regalado visibilidad al dolor, pero igualmente han fomentado una especie de “olimpíada del sufrimiento”, donde el inspección depende de cuánto se ha padecido.
“Pareciera que el dolor otorga status. Pero sufrir no es una competencia”, remarca. La consecuencia es una civilización que valora más la exposición de heridas que la recuperación de ellas.
Del dolor a la resiliencia
Pasar la mentalidad de víctima no es desmentir el dolor, sino educarse a no identificarse con él. Para ello, Kaufman propone cultivar tres capacidades esenciales: empoderamiento personal, regulación emocional y resiliencia.
Una aparejo poderosa es la flexibilidad psicológicapulvínulo de terapias como la ACT (Terapia de Éxito y Compromiso), que enseña a proceder según los propios títulos incluso en presencia de emociones incómodas. “La secreto es no tomar las emociones como hechos, sino como señales”, explica.
No se negociación de ignorar lo que sentimos, sino de entrenar la tolerancia al malestar emocional. “Tenemos reservas de resiliencia mucho más profundas de lo que creemos, pero no nos damos la oportunidad de ponerlas a prueba porque evitamos lo que tememos”.
Una nueva novelística
Kaufman no pesquisa invalidar el dolor ni minimizar la injusticia. Su mensaje es más prometedor: el sufrimiento no tiene por qué definirnos. Podemos mirarlo de frente, reconocerlo y, aun así, construir desde allí una identidad nueva, más evadido y más musculoso.
Ser víctima puede ser parte de la historia, pero no tiene por qué ser el final.
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