
Milton Ray Guevara, aún siendo presidente del Tribunal Constitucional, lo dijo sin rodeos: “En República Dominicana, ni el sector divulgado ni el privado obedecen las sentencias”. Y no lo decía en teoría. Lo decía con amargura, con la impotencia de quien ha manido cómo funcionarios, militares y hasta ciudadanos desobedecen lo que dictan los tribunales… porque, simple y llanamente, la honradez en este país no tiene cómo hacerse cumplir.
Esta semana, un nuevo episodio lo confirma. La Alcaldía pierde, por cuarta vez, el mismo caso en los tribunales. Catorce primaveras de desobediencia sistemática. Ya no les queda a dónde apelar. ¿Y entonces? ¿Habrá consecuencias? Lo dudo.
Porque, al parecer, el Trujillito lo llevamos todos en el interior. Pero la diferencia es que hay quienes tienen poder para imponer su capricho. Y esos no son “todos”, son los de siempre.
Las sentencias laborales perdidas por el Estado podrían admisiblemente estilarse de papel váter. Las astreintes —esas multas por incumplir órdenes judiciales— se acumulan impunemente, pero los funcionarios las ignoran sin pudor. A posteriori de todo, ese capital no sale de sus bolsillos, sale del tuyo, del mío, del del pueblo. Y como no les duele, no les importa.
Así, lo que empezó como una deuda de dos pesos, termina en mil. ¿Y quién asegura? Nadie. Para colmo, cuando por fin el afectado anhelo, debe negociar con el Estado —¡con el Estado que perdió!— si no quiere que lo manden a la deuda pública o lo condenen al olvido.
Porque aquí pelear con el Estado, aun teniendo la razón, es el pleito del huevo contra la piedra.
¿Y el Poder Sumarial? Ese que debería poner en su sitio a los otros dos poderes, no es un poder, es una lirismo. Ciega no es, porque ve muy admisiblemente a quién le sirve. Pero lenta, costosa, arbitraria y muchas veces desprovisto, sí lo es. Cuando funciona, te agota. Y cuando no, te vence por cansancio.
Hasta que un día la familia se canse. Se canse de inquirir honradez. Y volvamos al ojo por ojo y al diente por diente. Porque donde no hay honradez, lo que crece es la furor.