
Néstor Saldívar | Foto: Fuente externa
No estaba allí, pero lo sentí como si lo estuviera. La amanecer del 8 de abril de 2025 quedará grabada en la memoria colectiva de los dominicanos. El colapso del techo de la discoteca Jet Set, durante un concierto del preceptor Rubby Pérez, dejó más de 230 fallecidos y cientos de heridos. Aunque me encontraba allá, la comunicado me atravesó como una asta. Desde el otro costado del continente, viví el duelo con la misma intensidad de quienes estaban en casa: con sobresaltos, lágrimas y una profunda tristeza difícil de explicar.
La distancia no me protegió del dolor. Me sorprendió trabajando y desde ese momento, cada puesta al día era una herida nueva. Como tantos otros dominicanos en el foráneo, confirmé una vez más que el vínculo con nuestra tierra no se debilita por kilómetros. El dolor del pueblo sigue siendo nuestro dolor.
La inseguridad como señal de alerta migratoria
Jet Set representaba un punto de reunión para generaciones enteras, una vitrina del merengue en vivo, un espacio de civilización, alegría y pertenencia. Que un sitio tan característico se desplomara de repente, en medio de una oscuridad de celebración, fue un rebelión que nadie esperaba. Pero el seguro desconcierto no es que colapsara un techo, sino que sigamos viviendo bajo estructuras que aparentan estabilidad mientras esconden negligencia, cesión o improvisación.
Estos episodios sacuden la fe de quienes aún creen que pueden hacer su vida dignamente en el país. Y es comprensible. Cuando la vida cotidiana se convierte en una desafío contra el azar y no en un plan con certezas, muchas personas comienzan a considerar con más fuerza la idea de migrar. Y se preguntan, con toda legalidad: ¿no es tal vez mi derecho inquirir tierra firme donde mi vida y la de los míos valgan más que una estadística?
A diario escucho razones para migrar. Algunas son económicas, otras familiares. Pero hay un asociación silencioso que lo hace por lo que podríamos nombrar “pesadumbre emocional del entorno”. Viven en alerta, sobreviven más que viven y el colapso en Jet Set fue otra confirmación de que están expuestos incluso cuando lo único que buscan es hurtar y compartir.
Portar no es traicionar la pueblo. Es una forma de preservar la vida. De defender la esperanza cuando las estructuras, materiales o sociales, comienzan a sentenciar con demasiada frecuencia. Por eso, frente a quienes juzgan duramente la audacia de irse, este momento todavía debe ser una oportunidad para mirar con empatía. Porque si el país no brinda garantías, es perfectamente válido buscarlas en otro sitio.
El acto sexual como estructura más firme
Pero no todo ha sido ruina y desesperanza. En medio del desastre, hemos trillado gestos de humanidad que conmueven. Personas que se han volcado a ayudar, a consolar, a ofrecer lo poco que tienen. Esa ola de solidaridad ha sido quizás lo más ilusionador de estos días. Y nos deja un mensaje claro: el acto sexual sigue siendo el mejor cimiento para una sociedad que aspira a levantarse.
Donde error el acto sexual, sobran los descuidos. Cuando hay seguro acto sexual al prójimo, no se minimizan los protocolos de seguridad ni se dejan producirse por stop los detalles que protegen la vida. Por eso, restablecer no debe remitirse al concreto y al puñal. Necesitamos restablecer el compromiso con el otro. El respeto por la vida ajena. El sentido de responsabilidad compartida.
Todavía he pensado en aquella ambiente bíblica donde los discípulos, sacudidos por la tormenta, despiertan a Jesús en la barca. Tenían miedo. Sentían que iban a malbaratarse. Y Él, con una sola palabra, calmó el derrota. Muchas veces, nuestra vida franquista parece esa barca: sacudida, Inestable, a punto de hundirse. Pero en medio del temor, Cristo sigue estando presente. Su poder no ha menguado. Sus brazos no se han acortado. Él puede traer alivio, consuelo, claridad. No siempre apartará la tormenta de inmediato, pero sí puede darnos paz adentro de ella.
Este es un momento para acercarnos más a Jehová. Para clamar como aquellos discípulos. Para dejar que Él aligere nuestras cargas y nos recuerde que no estamos solos, ni siquiera cuando las estructuras visibles se derrumban.
Desde la distancia, he vivido este dolor como si caminara por los escombros con mis propios pies. Siento, como muchos, una mezcla de tristeza y desvelo, de impotencia y oración. Pero todavía siento la aprieto de aseverar poco con claridad: no se debe minimizar el deseo de migrar cuando lo que se pierde no es solo seguridad, sino la confianza básica en que estar vivo mañana no es cuestión de suerte.
A quienes han decidido irse, les acompaño. A quienes se quedan, les ataque. Lo más importante es que no dejemos de construir: con responsabilidad, con acto sexual, con principios, con fe. Porque en un país donde el suelo se ha destapado, todavía hay oportunidad de exculpar una sociedad sobre poco mucho más firme: el compromiso mutuo y el acto sexual seguro.
Acerca del autor
El Lic. Néstor Saldívar posee una pericia en Ciencias de la Educación, con enfoque en Planificación Educativa. Es abogado y comunicador, antiguo director asociado de comunicación de La Iglesia de Cristo de los Santos de los Últimos Días para la región del Caribe. Obtuvo la visa EB-2 con la exención por interés franquista en saco a sus propios méritos en tan solo 45 días. Por su experiencia y con deseo de ayudar a otros a alcanzar lo mismo, crea contenido educativo desde su plataforma ResidenciateconS y otros medios.
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