
Néstor Saldívar | Foto: Fuente externa
Recientemente, se anunció la suspensión temporal de las entrevistas consulares para las visas de estudiantes F-1, J-1 y M-1, en el situación de una revisión normal de procesos y medidas de seguridad. Paralelamente, se informó que Harvard University perdió su certificación en el Software de Estudiantes y Visitantes de Intercambio (SEVP), quedando inhabilitada para acoger nuevos estudiantes internacionales. Estas decisiones han generado inquietud en el ámbito culto y migratorio, abriendo un espacio importante para la consejo.
Estados Unidos ha sido, por décadas, uno de los destinos académicos más importantes del mundo. Su sistema de educación superior ha atraído a millones de estudiantes internacionales gracias a la calidad de sus programas, su infraestructura de investigación y el prestigio de sus instituciones. Estos estudiantes han sido una fuente relevante de heterogeneidad, intercambio cultural, innovación científica y, sin duda, una contribución significativa a la heredad franquista.
Como exestudiante internacional bajo visa F-1 y coetáneo residente permanente adjunto a mi tribu, conozco de primera mano lo que implica esta experiencia. Venir a Estados Unidos a estudiar es una valentía de vida. Representa una inversión económica considerable, un compromiso culto riguroso y la privación de adaptarse a un entorno procesal y cultural riguroso. Las condiciones para ocuparse son limitadas: solo se permite trabajo de medio tiempo en el campus universitario y, en el mejor de los casos, se puede optar por un año de maña profesional tras graduarse, o hasta tres primaveras en carreras STEM. Es un camino desafiante, pero repleto de posibilidades.
Mi historia no es única. Cada año, más de un millón de estudiantes internacionales ingresan a EE. UU. con aspiraciones similares. Muchos llegan con títulos universitarios previos desde sus países, dispuestos a mejorar su inglés, cursar estudios de posgrado o desarrollar proyectos de investigación. Su presencia fortalece las aulas y las comunidades académicas del país.
El impacto financiero además es trascendente. Según cifras de NAFSA, durante el año culto 2022–2023 los estudiantes internacionales generaron más de $40 mil millones de dólares en beneficios económicos para Estados Unidos y ayudaron a sostener más de 368,000 empleos. Este aporte se distribuye en matrícula, alojamiento, transporte, comestibles y servicios diversos. Su presencia dinamiza economías locales y fortalece instituciones educativas que dependen, en parte, de este segmento de su población estudiantil.
En ese contexto, decisiones que alteran de forma significativa el flujo de estudiantes internacionales generan preocupación. No por yerro de comprensión de las deposición de seguridad franquista o del derecho seguro del país a revisar y ajustar sus procesos, sino porque cualquier cambio que afecte al sistema de educación internacional requiere ser evaluado con una visión de desprendido plazo y con consideración del impacto acumulado en todos los sectores involucrados.
En el caso específico de Harvard, cuya certificación SEVP fue suspendida, el 27% de su matrícula proviene del extranjero. Si proporcionadamente toda institución está sujeta a regulaciones y supervisión y corresponde a las autoridades hacer cumplir los estándares requeridos, además es importante reforzar que las decisiones que afectan a estudiantes internacionales se tomen considerando no solo las normativas internas, sino además las implicaciones diplomáticas, sociales y humanas que pueden conllevar.
Hoy, como asesor migratorio y ciudadano comprometido con el bienestar de quienes vienen a este país a estudiar y progresar, reafirmo mi convicción: los estudiantes internacionales son una fuente de lucro para la nación. Estados Unidos ha brillado precisamente por su capacidad de atraer talento de todo el mundo, integrarlo, formarlo y permitir que contribuya al exposición colectivo.
Acorazar ese maniquí, adaptándolo a las nuevas realidades y cuidando los estándares de seguridad, es posible sin cerrar las puertas a quienes han gastado en este país una oportunidad de superación. La educación internacional es una de las formas más potentes de diplomacia, colaboración y progreso que existen. Protegerla y fomentarla, con inmovilidad y responsabilidad, es una inversión en el presente y el futuro.
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