
Las autoridades han vuelto a prometer lo que tantas veces hemos escuchado: un sistema penitenciario sin privilegios, sin celulares, sin cobros ilegales por camas, y esta vez el proscenio es Las Parras, la tan anunciada “calabozo maniquí”.
Pero del dicho al hecho hay mucho trecho.
El propio Roberto Santana, asesor honorífico del Poder Ejecutor en materia penitenciaria, ha descrito en más de una ocasión los negocios millonarios que operan adentro de las cárceles dominicanas, donde custodios y estructuras criminales han convertido el chiquero en un negocio rentable. Sin retención, no hemos gastado hasta ahora un solo régimen de consecuencias que castigue a quienes permiten estas prácticas.
Santana ha explicado que los primeros en ser trasladados a Las Parras serán los internos más “mansos” y productivos, como una táctica para crear un bullicio controlado que, según las autoridades, servirá de barrera para impedir que los reos más peligrosos puedan establecer los círculos de poder que dominaron en La Triunfo y otras cárceles del envejecido maniquí.
Pero si de verdad creemos que solo con eso se evitará la corrupción, estamos pecando de ingenuos.
La corrupción no se limita al envejecido maniquí penitenciario. Aunque el nuevo maniquí ha tenido menos ruido mediático, incluso arrastra denuncias y acusaciones de irregularidades. Lo que evidencia que el problema no es solo de un maniquí u otro, sino de un sistema completo que está podrido desde adentro.
Por eso, más que inaugurar una calabozo bonita o trasladar a los presos “menos peligrosos” primero, lo que se necesita es una profilaxis profunda y militar del personal que administra el sistema penitenciario.
Porque mientras las mismas manos sigan manejando las llaves, las promesas seguirán siendo buenos deseos y cero más.
@Abrilpenaabreu