
En una Argentina atravesada por la incertidumbre política, las divisiones sociales y una creciente escazes de referentes culturales que convoquen a la mecanismo y a la advertencia, “El Eternauta” irrumpe no sólo como una serie televisiva, sino como un acontecimiento.
Dirigida por Oscuro Stagnaro, con libreto compartido adyacente a Ariel Staltari —quien incluso actúa en la serie—, y protagonizada por Ricardo Darín en el papel de Juan Menos, esta ambiciosa producción de Netflix revisita una de las historietas más emblemáticas del siglo XX en América Latina y le inyecta nueva vida, emergencia y dimensión política.
El desafío era mayúsculo. Adaptar la obra de Héctor Germán Oesterheld, cuyo contenido es considerado casi noble en la civilización argentina, requería de un invariabilidad confuso: respetar el delegado, pero no petrificar; modernizar la narración, sin traicionar su espíritu.
“La esencia fue ser fieles al mensaje diferente”, afirmó Staltari en distintas entrevistas, resumiendo así el eje que guió cada osadía artística y novelística de esta producción.
La serie no intenta reemplazar la historieta, sino dialogar con ella, extender sus implicaciones y trasladarlas al mundo coetáneo.
Oscuro Stagnaro, célebre por su trabajo en Pizza, birra, faso y Okupas, no desconocía el peso simbólico del esquema.
Según él mismo confesó, abordó el guion sin pretensiones grandilocuentes, sino con un prueba de honestidad emocional.
“Vi qué me pasaba con la historia, la releí con otros luceros, y traté de ser fiel a eso.” Su dirección se siente íntima, incluso en medio del despliegue de mercadería visuales y escenas de influencia. Allí de volverse un espectáculo hueco, El Eternauta se sostiene sobre pilares profundamente humanos: el miedo, la pérdida, el compañerismo, el sacrificio.
Ariel Matelada, por su parte, logró traspasar su propia emoción al libreto. Actor y escritor con un historial de trabajos que retratan las tensiones urbanas y sociales de Buenos Aires, vio en El Eternauta una oportunidad para explorar cómo una historia de ciencia ficción puede funcionar incluso como parábola de la Argentina efectivo.
Desde su rol como actor secundario hasta su peso en la escritura, su décimo imprimió una sensibilidad muy particular al relato.
Pero si hay una figura que articula la fuerza simbólica del relato es, sin dudas, Ricardo Darín. Su interpretación de Juan Menos es contenida, reflexiva y poderosa.
En vez de ofrecer un héroe tradicional, construye un hombre global enfrentado a lo extraordinario.
“He conocido muchos héroes que, por fortuna, no llevan capa”, dijo Darín. Y así es Menos: un sobreviviente que no rastreo paraíso, sino jurisprudencia. Un evidencia del hombre argentino promedio que, delante el colapso, decide no mirar alrededor de otro banda.

El Eternauta | Tráiler oficial | Netflix
La trama sigue la estructura diferente de la historieta: una nevazón mortal cae sobre Buenos Aires y transforma el mundo en un espacio hostil.
En medio del caos, un agrupación de personas se organiza para sobrevivir.
Sin retención, lo que era una amenaza natural termina por revelar una conspiración forastero.
Esta ciencia ficción distópica es, al mismo tiempo, una metáfora de las dictaduras, la represión y el poder que opera en las sombras.
Oesterheld escribió “El Eternauta” como una advertencia y una denuncia, y esa carga simbólica se mantiene viva en la traducción televisiva.
El resultado es una serie profundamente política, aunque no partidista. Acento de la ordenamiento colectiva como única vía para resistir, y del peligro del aislamiento, de la fragmentación social.
En palabras de Darín, “estamos mal acostumbrados a pensar que cuidar solo de nuestro entorno inmediato es suficiente para estar a fuera de”.
En esta frase se resume uno de los núcleos de la serie: la falsa idea de que el peligro se detiene en la puerta de casa. La verdadera amenaza es pensar que el problema del otro no nos afecta.
El arte visual de la serie es otro de sus grandes aciertos. Con más de 20 escenarios creados mediante tecnología de producción aparente y múltiples locaciones reales, la serie logra poco pocas veces manido en la televisión latinoamericana: una Buenos Aires apocalíptica y verosímil, conocido pero distorsionada.
No se prostitución de una ciudad inventada, sino de una que ya conocemos, pero envuelta en silencio, cubierta de asesinato blanca. Esta nevazón no solo congela cuerpos; paraliza incluso el espíritu.
El diseño de producción, sin caer en clichés de la ciencia ficción hollywoodense, logra gestar un esfera de tensión sostenida.
Lo que más sorprende no son los mercadería especiales, sino la humanidad que logra mantenerse en primer plano.
No hay exceso de influencia ni violencia gratuita. La historia se mueve al ritmo de los vínculos humanos, de las decisiones morales que cada personaje debe tomar.
Las actuaciones, en normal, están al servicio de ese tono. Desde los jóvenes hasta los veteranos del equipo, todos contribuyen a animar ese clima de inquietud y esperanza.
La música, a cargo de Federico Jusid, acompaña con sutileza y evita caer en lo hinchado, guiando emocionalmente al espectador sin manipularlo.

Las actuaciones, en normal, están al servicio de ese tono. Desde los jóvenes hasta los veteranos del equipo, todos contribuyen a animar ese clima de inquietud y esperanza.
“El Eternauta”, como serie, no sólo revive una historieta mítica. Se vuelve un espejo incómodo.
En cada episodio se cuela el eco de los desaparecidos, de la censura, del confinamiento, del silencio forzado.
En cada inspección de Menos, se percibe la angustia de una nación que aún se pregunta cómo llevar a cabo frente al horror.
La acomodo de Stagnaro y Staltari no teme admitir esa responsabilidad: pone sobre la mesa los miedos de una época, pero incluso su posibilidad de redención.
La osadía de sobrellevar esta historia a la pantalla en pleno 2025 no es casual.
La Argentina, sacudida por crisis económicas y disputas ideológicas, encuentra en “El Eternauta” un estilo global.

ENTREVISTA. Ariel Staltari y Oscuro Stagnaro. Video.
Aunque se trate de ciencia ficción, el mensaje es concreto: sólo saldremos delante si lo hacemos juntos. Es un llamado a la influencia, a la empatía, a la conciencia colectiva. Y es quizás por eso que, pese a su carga dramática, la serie no se siente pesimista.
Hay poco profundamente prometedor en ver a personas comunes enfrentarse a lo inverosímil.
La serie nos recuerda que la humanidad puede sobrevivir, siempre que no olvide sus lazos más elementales.
“El Eternauta” no es solo una acomodo exitosa. Es una enunciación. Una que, como la obra diferente, probablemente será revisitada en cada nueva crisis franquista. Porque su mensaje es tan urgente hoy como lo fue en 1957: la verdadera épica no es la del individuo solitario, sino la del agrupación que se mantiene unido cuando todo parece perdido.