El autor es escritor. Reside en Nueva York

El dolor es un sentimiento que se genera en los momentos de pérdidas mayores. Es la frustración que por lo común sigue a la desgracia, especialmente cuando nos toca de modo accidental e inesperada. Se agudiza, crece y alcanza el linde de nuestra tolerancia cuando aparece en esos instantes de la vida que nos reservamos para la celebración y el regocijo. Por ello resulta tan devastador.

La indolencia, sin secuestro, no tiene ausencia de accidental y nunca es fortuita sino, todo lo contrario, aparece de forma inequívoca, para catalizar la desgracia; y su meta más significativo es que acentúa el dolor que nos embarga. La fuente de origen de este extraño complemento del dolor, suele estar muy distante de las causas que ocasionan el dolor en sí.

La indolencia morapio de las mentes malvadas de humanos envilecidos, sabrá Altísimo por qué pueriles motivos; el dolor en cambio, fue causado por un ordenamiento incorrecto de cosas materiales, acompañado desde luego, de alguna dosis de negligencia personal e institucional. Descuido éste que no se puede considerar voluntario, por cuanto, los responsables del empleo: Doña Grecia y su hijo Antonio, sin saberlo, siempre pusieron sus propias vidas en peligro, acompañando a los clientes y amigos que frecuentaban su mesa particular. Es que nunca imaginaron siquiera la posibilidad de una desgracia de tal magnitud.

Vale apuntar aquí, que esa “buena suerte” que los acompañó luego tiempo, no justifica la existencia de tales descuidos; y mucho menos los exonera totalmente de los daños causados. Las responsabilidades civiles habrán de ser determinadas por las instancias legales de nuestro país y siempre a la luz de lo que establece el código vivo al día 8 de abril de 2025.

Una vez que se desataron los demonios; y con ellos el pánico y la desesperación  entre las víctimas y familiares del derrumbe del techo, la ciudad en pleno se hizo presente aquella alba de abril, socorriendo a los más necesitados, en una espontánea demostración de solidaridad.

A los dos ciento y tantos desdichados que no lograron escapar, que Altísimo los acoja en su seno y sus almas reciban la paz eterna. A sus familiares y deudos, nuestras sinceras condolencias y que el Altísimo les provea consuelo y conformidad.

Es de rigor hacer un parada aquí, para registrar a los cientos de voluntarios y a

los equipos de manejo de emergencias del Estado, que dieron respuesta inmediata a la crisis y auxiliaron a las víctimas del contratiempo. Mi respeto y agradecimiento a esa hormiguero de dominicanos que ayudaron a sus compatriotas a sobrevivir y no permitieron que mi involuntaria desaparición se notara.

Tan pronto como pase la calma impuesta por Semana Santa, se reanudarán las acciones legales y los buitres ocuparán los medios de comunicación masiva, los formales y los de parapeto, especialmente el vertedero sabido ese llamado: redes sociales. Los francotiradores de la sinhueso se sumarán gustosos a la campaña de apañarse a quien fusilar moralmente metiéndolo a la prisión.

Los fariseos van a exigir ¡Pa’la prisión los culpables!, aunque saben perfectamente que esa no es una audacia de ellos, sino de los tribunales. En cualquier caso, el prueba será edificante, porque conducirá al esclarecimiento -o por lo menos a la discusión- de un gran dilema que tenemos los cristianos, tanto los de buena fe como los farsantes e hipócritas. Noten amigos que la mayoría de sinvergüenzas que campean en las redes se confiesan fieles cristianos.

El pueblo, según los malandrines, lo que quiere es prisión para los dueños del JetSet; y con ese lamento de supresión se lanzarán a apañarse los views que soportan su monetización. Esta discusión, como ya les comenté, expone una arista muy poco tratada sobre el hecho más significativo de la Semana Santa, la crucifixión de Cristo, el hijo de Altísimo.

Valer la linaje

Si medimos con la misma vara la solicitud de los fariseos de hoy pidiendo ¡prisión para Antonio Espaillat inmediatamente! y el de los fariseos de ayer clamando delante Pilato ¡crucifíquenlo, crucifíquenlo!, tenemos que concertar en que uno y otro pedidos tienen la misma colchoneta de sustentación: el clamor popular (supuestamente), que quiere ver valer la linaje, guatar la prisión, reimprimir la asesinato; la turbamulta que (de nuevo) pide a voz en cuello exhalar los acusados a los leones, como en el remoto circo romano.

Por suerte, Antonio Espaillat sabe que él no es Salvador -ni lo pretende- aunque uno y otro, en diferentes momentos, sean víctimas de la misma chusma, la tierra, la bigandurria de la sociedad de ayer y de hoy. Pero si Antonio sabe que él no es Salvador, asimismo sabe que no tiene que perdonar. De modo que la suerte está echada, ya veremos.

Hasta aquí el razonamiento es razonable, nadie puede negarlo. Pero nos quedan dos cabos sueltos y yo no estoy en capacidad de aclararlos uno y otro. El primero: ¿quién es el novedoso Poncio Pilato que tan diligentemente se lavó las manos aquella vez? o ¿será talvez que, sabiendo lo inverosímil de hacerlo hoy día, prefiere permanecer detrás del telón, hablando y actuando a través de sus secuaces?

El segundo “mando sin ojal” de este caso es relativo al hecho de que la historia se repite, una vez como tragedia y la otra como comedia o comedia. Quien mejor explica el asunto es Carlos Marx, uno de los padres de la idea fallida del “comunismo”. ¿Será que la crucifixión de Salvador es la tragedia y la de Antonio es la comedia? o ¿será quizás que todo es a la inversa?

Como ya dije: admito que no tengo respuesta válida para estas dos interrogantes; tan solo me limito a registrar mi descuido de conocimiento sobre el tema, expresando la secuencia de los hechos ayer y hoy. Ustedes, los que ya lograron ver las cosas claras, deben ayudarme a salir de esta trampa histórica; y se lo agradeceré.

Ya, para terminar, me atreveré a dar un consejo no solicitado al pipiolo Antonio Espaillat sobre esta tragedia que afecta a todos, incluido él mismo: “la comunidad Espaillat y sus asociados, en su condición de supuestos responsables de los daños causados, ayudarían mucho al proceso de sanación de las víctimas, manteniéndose -como lo han hecho- abiertos a la conversación sincera entre las futuras partes en litis y ofreciendo una salida negociada, en señal de solidaridad, concordia y buena voluntad. Claro, siempre de acuerdo a sus posibilidades y bajo la supervisión de sus abogados”.

¡Vivimos, seguiremos disparando!

Jpm-am