

El autor es periodista. Reside en Santiago
POR JOSE ARMANDO TORIBIO
En las últimas semanas, varios comunicadores de la crónica deportiva, tanto a nivel franquista como internacional y de modo destacada en Santiago de los Caballeros han reaccionado con sorpresa, críticas y en algunos casos con un evidente sesgo, a la reacción del pelotero dominicano Rafael Devers tras su sorpresivo cambio de los Medias Rojas de Boston a los Gigantes de San Francisco.
Se ha dicho de todo: que fue una respuesta inmadura, que actuó como un “malcriado”, que olvidó su condición de “empleado” del equipo y que debió aceptar el movimiento sin expresar ninguna emoción. Pero estas voces parecen ignorar un aspecto fundamental del deporte de suspensión nivel: el respeto mutuo entre estructura y deportista, especialmente cuando se manejo de una suerte como Devers, figura central de los Medias Rojas en la última lapso.
Murmurar a Devers por manifestar su apreciar frente a una valor tomada de modo abrupta es, por decirlo de forma clara y directa, una completa incoherencia.
Que un deportista reciba un salario no significa que deba comportarse como un autómata sin emociones, sin voz, ni opinión. Mucho menos cuando ha sido “el heroína”, el referente ofensivo, el rostro visible de la franquicia durante primaveras. La franqueza no puede ser partidista.

Este episodio trae a la memoria otro caso similar: Mookie Betts, exestrella de Boston y flagrante figura de los Dodgers. A diferencia de Devers, a Betts sí se le informó con tiempo, se le consultó, se le habló con franqueza y respeto.
El resultado fue una transición más diplomática. Pero la comparación revela una inquietud aún más profunda: ¿Se ha perdido el respeto en dirección a los peloteros dominicanos adentro de ciertas oficinas en Boston?
La historia fresco, lamentablemente, sugiere que sí. Tras una era dorada donde figuras como David Ortiz, Manny Ramírez, Pedro Martínez y el propio Devers pusieron en suspensión a los Medias Rojas, parece haberse instalado una nueva administración donde los jugadores dominicanos no tienen el mismo valencia simbólico ni el mismo respaldo institucional. Y eso no puede seguir normalizándose.
¿Solo un empleado más?
Opinar que Rafael Devers “solo era un empleado más” es minimizar el impacto, la entrega y la conexión de este pelotero con la fanaticada.
A un deportista franquicia no se le informa su cambio en frío, sin diálogo ni consideración, eso no es suministro deportiva moderna, eso es gestión capicúa de espaldas a la dignidad humana del atleta.
Los jugadores no son piezas de ajedrez intercambiables sin alma. Son seres humanos, con historia, emociones, identidad. En el caso de Devers, adicionalmente, hablamos de uno de los bates más respetados en la Ataderas Saco en los últimos primaveras, con proyecciones de Salón de la Triunfo si mantiene su ritmo.
Nos duele decirlo, pero hay que enfrentarlo: la estructura de los Medias Rojas de Boston al menos en su administración flagrante no muestra el mismo aprecio ni el mismo trato en dirección a sus jugadores dominicanos que antiguamente caracterizó sus mejores primaveras.
Y si ese patrón continúa, no será solo una pérdida deportiva para Boston, sino igualmente una profunda herida en su representante cultural.
Rafael Devers merecía poco mejor. Y nosotros, como fanáticos, como cronistas y como dominicanos, tenemos el deber de alzar la voz cuando la dignidad de uno de los nuestros es pasada por suspensión.
de am
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