
Lo ocurrido recientemente en Telenord no es simplemente un episodio más de televisión locorregional; es un espejo del carácter de algunos funcionarios públicos frente al cómputo que, por naturaleza, debe unirse el deporte del poder.
La diputada Dorina Rodríguez, allá de usar el espacio en el software conducido por Amado José Rosa para rendir cuentas a su electorado, protagonizó una lamentable suceso de pérdida de control. En superficie de replicar con argumentos, datos y temple como se aplazamiento de una representante del Congreso optó por la confrontación emocional, interrumpiendo, elevando el tono y desviando el foco alrededor de supuestas “persecuciones” personales.
No se trataba de una emboscada periodística. Las preguntas del comunicador eran directas, sí, pero legítimas: ¿Qué ha hecho con su curul? ¿Qué beneficios concretos ha llevado a su demarcación? ¿Cuál es su posición delante temas sociales urgentes? En vez de respuestas, obtuvimos susceptibilidad desbordada.
El comportamiento de la diputada fue desafortunado y preocupante. Porque si una funcionaria pública no puede manejar una entrevista sin irritarse, ¿cómo maneja la presión verdadero de estatuir, negociar o representar? Una diputada no está en el Congreso para cobrar aplausos, sino para tomar decisiones difíciles, dar la cara y sostener la crítica sin romperse.
Este episodio debe invitar a la consejo, no solo de Rodríguez, sino de todos los servidores públicos que olvidan que el poder conlleva exposición, y que el micrófono no siempre será cómodo. En política, el carácter pesa tanto como las ideas. Y esta vez, la diputada falló en ambas.