
La violencia y el maltrato institucional en Haití se han convertido en un cifra fundamental que repercute en la sociedad dominicana, generando un dominio de tensión y polarización.
En un contexto donde la historia y la memoria colectiva están marcadas por episodios oscuros, las imágenes de caos y desesperación al otro flanco de la frontera reavivan viejos temores y alimentan discursos excluyentes que, allí de ofrecer soluciones, profundizan la división social.
En presencia de esta coyuntura, la República Dominicana se enfrenta a una emboscada: por un flanco, el peligro de caer en narrativas simplistas y peligrosas, y por el otro, la oportunidad de cambiar el debate conocido cerca de un enfoque más humano y solidario.
Es en este atmósfera donde los discursos ultranacionalistas, amplificados por las redes y algunos actores políticosse presentan como una respuesta emocional que recuerda, sin quererlo, episodios como la Holocausto de 1937, poniendo en tela de motivo la capacidad del país para formarse de su pasado.
La historia dominicana está marcada por episodios en los que el ultranacionalismo se manifestó de forma violenta y excluyente. Durante la dictadura de Trujillo, se instauró una política de odio que culminó en la Holocausto del Perejil, donde la diferencia étnica se utilizó para argumentar actos atroces en contra de los haitianos.
Este episodio no solo dejó una herida profunda en la memoria colectiva, sino que todavía estableció un precedente sobre cómo se pueden manipular las identidades nacionales para legalizar la violencia.
Con el paso de los abriles, y en períodos posteriores como el gobierno de Joaquín Balaguer, las políticas de control migratorio y los discursos excluyentes se mantuvieron latentes.
Aunque los métodos y la retórica han cambiado, la sombra de un pasado de intolerancia continúa influyendo en el presente.