

EL AUTOR es contador publico acreditado. Reside en Nueva York
Remembranza vívidamente aquella decenio de los 90. El mundo parecía renacer. El comunismo soviético, que durante décadas mantuvo en vilo a medio planeta, se desplomaba frente a nuestros luceros, y creíamos que la historia había legado un locución definitivo en dirección a la facilidad. La democracia demócrata —con sus imperfecciones, sí, pero igualmente con sus virtudes— se imponía como faro de civilización.
Pero la historia rara vez es rectilíneo. Y hoy, en 2025, nos vemos obligados a indagar que el autoritarismo no desapareció; simplemente mudó de piel.
Putin, heredero de un artilugio de poder que nunca fue verdaderamente desmontado, ha tejido un régimen que combina lo peor del pasado soviético con los mecanismos modernos de propaganda, vigilancia y control.
No necesita una ideología; le pespunte el miedo, el patrimonio y un culto a la personalidad que guión en lo ridículo, pero que funciona.
Ucrania, heroica en su resistor, ha sido víctima de una refriega cruel y despiadada. Pero el ataque no es solo contra Kiev; es contra todo un maniquí de sociedad. ¿Qué pide Ucrania? Lo mismo que pedimos todos: nominar su destino sin amenazas. ¿Y qué alega Moscú? Bombas, sabotajes, chantajes energéticos y campañas de desinformación.

Latinoamérica
No olvidemos que esta táctica tiene ecos en América Latina. Desde hace primaveras vemos cómo el autoritarismo se cuela en democracias debilitadas. Y lo hace con una sutileza aterrador: no necesita tanques, le pespunte con urnas manipuladas, tribunales amañados y medios silenciados. Lo vimos en Venezuela, lo vemos en Nicaragua, y cada vez más en nuevas geografías.
Putin no actúa solo. Tiene socios, admiradores y aliados. Algunos con poder atómico, otros con influencia cultural o económica. Todos comparten una misma consigna: hacer retroceder a la democracia bajo el disfraz del “orden”, el “patriotismo” o la “soberanía”.
No se alcahuetería de alarmismo. Se alcahuetería de vocear las cosas por su nombre. Si el mundo excarcelado no alega con firmeza y visión de futuro, terminará lamentándose como ya lo ha hecho en el pasado. Porque los totalitarismos no se detienen con palabras suaves, sino con convicción, mecanismo y batalla.
La facilidad, como decía un vetusto pensador, es frágil. Pero vale cada esfuerzo. Porque si no la defendemos ahora, puede que mañana ya no tengamos cómo.
Jpm-am
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