
hay series que llegan con historia detrás. “El Eternauta”, estrenada en Netflix el pasado 30 de abril, no es solo una producción argentina impresionante; es todavía la acomodo de una historieta mítica escrita por Héctor Germán Oesterheld en 1957.
Una historia de ciencia ficción, sí, pero todavía una ojeada musculoso sobre el miedo, la resistor y la lucha colectiva.
La serie comienza con poco aparentemente simple: una nevasca. Pero no es una nevasca cualquiera. Es mortal.
Y pronto, Buenos Aires se convierte en el centro de una invasión silenciosa, en la que los sobrevivientes deben esconderse, resistir y unirse para entender qué está pasando y cómo sobrevivir.
Lo que atrapa de esta serie no fue solo su historia (aunque es fascinante), sino cómo te hace percibir.
Hay poco en la forma en la que se narra el desconcierto, el miedo de lo desconocido y la reacción del pueblo que recuerda a otra serie poderosa: “Chernobyl”, de Max.
Sé que son dos cosas muy distintas, una basada en hechos reales, dolorosos, y la otra en una distopía de ciencia ficción, pero la forma en que ambas retratan el caos auténtico, la incredulidad de las autoridades, y la confusión colectiva delante poco inútil de entender… eso las conecta.
En “El Eternauta”, como en “Chernobyl”, lo que más impacta no es la catástrofe en sí, sino cómo las personas la viven.
Cómo se organizan, cómo sienten miedo, cómo se equivocan, cómo protegen a los suyos. Y esa humanidad, en medio del desastre, es lo que hace que esta historia te cale tan hondo.
Como aficionado de las series, valoro cuando una producción logra sostener el suspenso con inteligencia, sin caer en lo obvio.
“El Eternauta” lo hace, y adicionalmente, lo hace con una estética cuidada y actuaciones impresionantes.
Si aún no la has pasado, dale una oportunidad.
No es solo ciencia ficción argentina; es una historia sobre lo colectivo, sobre cómo sobrevivimos juntos o no sobrevivimos. Y eso, en estos tiempos, resuena más de lo que uno quisiera.