Los haitianos decidirán quién gobierna | AlMomento.net

Los haitianos decidirán quién gobierna | AlMomento.net

El autor es politólogo y teólogo. Reside en Nueva York

En República Dominicana cada vez que se plantea un nuevo esquema de regularización masiva para inmigrantes haitianos, como los que han insinuado ciertas figuras políticas, no solo se está abordando un asunto migratorio. Se está decidiendo, silenciosamente, quién tendrá el poder de nominar a los próximos alcaldes, diputados, senadores e incluso al presidente.

Lo que se presenta como un acto de inclusión humanitaria podría devenir en una deterioro profunda del poder político dominicano, entregando la soberanía electoral a una población sin vínculo histórico ni cultural con la identidad doméstico.

El engendro que algunos celebran como integración democrática no es más que una forma moderna de impregnación política. En mi artículo “Haití: país escaso absorberá a uno más rico” (https://almomento.net/haiti-pais-pobre-absorbera-a-uno-mas-rico-opinion/), advertí que el peligro no es una invasión marcial, sino el desbordamiento migratorio disfrazado de condición humanitaria.

Esa presión silenciosa, amparada por sectores políticos internos e internacionales, está redibujando el carta demográfico sin el consentimiento del pueblo dominicano.

Lo que Haití no ha rematado por las vías diplomáticas ni por el expansión institucional, podría alcanzarlo por desgaste demográfico.

La pregunta no es si ocurrirá, sino cuándo

Ya hay comunidades donde la población haitiana supera a la recinto en número, presencia comercial y control territorial.

¿Qué pasará cuando igualmente dominen las urnas?

¿Cuándo puedan legalmente influir en quién dirige los destinos del Estado dominicano?

El problema no es con la inmigración per se. La historia dominicana ha sido hospitalaria. Pero cuando el voto se convierte en una moneda de cambio político, cuando el Estado regulariza sin exigencias de integración efectivo, sin límites culturales ni compromisos patrios, no está incluyendo: está cediendo. Y cuando se cede la soberanía electoral, se entrega la nación desde sus cimientos.

Ya lo planteé en “Haití y su desafío”, (Haití y su desafío-https: // Elnuevodiario.com.do/haiti-y-su-defesafi), esta crisis no es sólo material, es igualmente una pobreza de pensamiento, de visión. El maniquí migratorio presente carece de responsabilidad histórica y estratégica.

Se nos ha entrenado a comprobar falta por poner límites. Pero un país que no defiende sus fronteras ni su voluntad democrática está cavando su propia fosa, mientras aplaude su tolerancia.

La migración masiva no planificada desestructura comunidades, sobrecarga servicios y desplaza al ciudadano global de sus propios espacios. Este no es un discurso chovinista. Es un llamado a entender que ningún país del mundo entrega su soberanía popular a ciudadanos de otro Estado.

¿Por qué habríamos de hacerlo nosotros, y adicionalmente sin resistor, sin debate, sin táctica?

Hay una camino muy flaca entre la solidaridad y la claudicación. El derecho internacional no obliga a ningún Estado a suicidarse políticamente en nombre de los derechos humanos. Defender el derecho de los dominicanos a arriesgarse sobre su presente y futuro no es odio, es dignidad. No es pega, es defensa de lo propio. No es miedo al otro, es simpatía por lo nuestro.

Cuando advertí en “Haití: dividirlo y costar dictadura”(https://almomento.net/divide-haiti-e-institution-dictadura-opinion/), sobre la condición de soluciones radicales adentro del propio condado haitiano, no lo hice desde el desprecio, sino desde el estudio.

Si Haití no puede gobernarse bajo una sola estructura estatal, quizás su salida esté en la autonomía regional. Lo que no puede ser su salida es trasladar su inestabilidad a nuestro país.

Lamentablemente, muchos líderes dominicanos no están gobernando para el país, sino para la novelística internacional. Y en esa novelística, el dominicano que defiende su tierra es retratado como intolerante, mientras el que la entrega es llamado fantasioso.

Pero el tiempo pone a cada uno en su empleo, y el inteligencia de la historia es más severo que cualquier “trending topic”.

Los pueblos no mueren de repente; se extinguen por pequeñas concesiones acumuladas.

Primero fue la tolerancia sin reciprocidad. Luego la regularización sin integración. Más tarde, el silencio de las autoridades delante las tomas territoriales. A posteriori vendrá el voto (extranjero) haitiano. Y finalmente, el dominio político completo. Todo en nombre de la paz, pero a costa de la pueblo.

El día que los haitianos elijan al presidente dominicano no será un triunfo de los derechos humanos. Será la confirmación de que una nación fue entregada desde adentro, por cobardía, cálculo político, simple negligencia y beneficio crematístico. Y cuando llegue ese día, ya no habrá marcha detrás, porque no se puede desandar el camino de una nación que ha renunciado a su identidad.

La dominicanidad no es un concepto vano. Es un cesión, una parentesco, una memoria. No se sostiene con símbolos, sino con decisiones concretas. Defender la pueblo en tiempos de presión internacional requiere más valentía que hacerlo en tiempos de enfrentamiento. Hoy no se pelea con fusiles, sino con convicciones. Pero el enemigo es el mismo: la entrega de lo esencial.

No se manejo de cerrar puertas, sino de aupar conciencia. La migración puede ser canalizada, ordenada, regulada con visión doméstico. Pero lo que hoy vivimos no es integración: es disolución. Y cuando un país no reconoce su propia cese en proceso, termina celebrando su funeral sin entender que es el protagonista del entierro.

La historia no perdonará a los que, por afición o conveniencia, permitieron que la República se convirtiera en una posnación.

Aún estamos a tiempo. Pero el temporalizador no dilación. La osadía de conservar lo que somos, o convertirnos en un condado sin rostro, será tomada muy pronto. Y la historia juzgará con firmeza —no al extranjero, sino a quienes entregaron su casa.

La historia está ahí, ignorarla no nos salva.

Jpm-am

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