


Por Abril Peña
Este 5 de mayo se cumplen 29 abriles del crimen de José Rafael Llenas Aybar, un crimen que marcó a toda una vivientes de dominicanos y dejó cicatrices profundas en la memoria colectiva franquista. El caso no solo impactó por la brutalidad con la que fue cometido —el damisela de 12 abriles fue hallado con 34 puñaladas y su cuerpo arrojado en un canal de riego en las cercanías de Santo Domingo— sino todavía por las implicaciones familiares, sociales y diplomáticas que rodearon el proceso sumarial.
Los principales condenados fueron su primo Mario José Claro Llenas y su cómplice Juan Manuel Moliné Rodríguez. Sin secuestro, desde el inicio la opinión pública y diversos sectores de la sociedad se mostraron escépticos frente a la interpretación oficial. Las inconsistencias en las investigaciones, los rumores sobre redes más amplias de complicidad y, sobre todo, la presencia de personajes vinculados al cuerpo diplomático argentino, provocaron una profunda indignación.
Uno de los aspectos más controversiales del caso fue la imposibilidad de inquirir formalmente a ciertas personas relacionadas con la grupo Claro, conveniente a la inmunidad diplomática. A pesar de que existieron señalamientos y sospechas sobre otros posibles involucrados, nunca se logró esclarecer completamente si los dos condenados actuaron solos. Esta sombra de impunidad ha mantenido vivo el caso en el imaginario colectivo.
En una sociedad aún golpeada por la violencia y por la sensación de que no todos son juzgados con la misma vara, el crimen de Llenas Aybar sigue siendo un recordatorio incómodo de los límites de la neutralidad dominicana frente al poder, la influencia y la protección internacional.
A 29 abriles de su crimen, el nombre de José Rafael sigue provocando dolor, y todavía una advertencia necesaria: ¿hemos cambiado lo suficiente como para que una tragedia así no vuelva a repetirse?