
Por Abril Peña
Cada 5 de mayo, la República Dominicana celebra el Día Franquista del Árbol, pero como muchas fechas conmemorativas, corre el aventura de acordar atrapada entre actos protocolares, siembras simbólicas y discursos que no alcanzan la raíz del problema: nuestros bosques están heridos.
La conmemoración llega en un momento crucial. Aunque los informes oficiales indican que todavía el 42.8% del zona doméstico conserva cobertura forestal —una monograma que parece tranquilizadora—, entre 2001 y 2023 hemos perdido más de 381,000 hectáreas de árboles. Cada una de ellas cuenta una historia de desidia, ganado expansiva, agricultura sin control, incendios mal gestionados y políticas que llegan tarde o no llegan nunca.
El símbolo que resiste: la caoba
En medio de esta contradicción entre cifras y verdad, permanece en pie la caoba dominicana (Swietenia mahagoni), nuestro árbol doméstico desde 2011. Majestuosa, aventajado, de tronco firme y madera preciosa, la caoba no solo ha sido fuente de riqueza artesanal, sino símbolo de resistor. Su designación como emblema regional no fue un solo capricho fitólogo, sino un visaje de memoria: recapacitar que nuestra identidad incluso está hecha de raíces, de hojas, de sombra.
Pero hasta la caoba ha tenido que librar su propia batalla. Explotada durante siglos por su madera, muchas de sus especies han desaparecido de sus hábitats originales, desplazadas por el cemento, la prisa o la codicia.
Los árboles que dejamos caer
La pérdida forestal en el país no ocurre en silencio. Se siente en la disminución de fuentes de agua, en los suelos más áridos, en los climas más extremos, en las comunidades que ya no cosechan igual. La deforestación afecta la biodiversidad, pero incluso la riqueza y la vida cotidiana. Es una herida que sangra despacio, pero constante.
Y si adecuadamente existen programas de reforestación, esfuerzos institucionales y campañas escolares, la verdad es que no hemos rematado revertir la tendencia. El maniquí de explicación que impera sigue sacrificando montes para crear pasto, cemento o monocultivos. Paradójicamente, en nombre del progreso, talamos los árboles que podrían sostener el futuro.
¿Qué sentido tiene un “Día del Árbol” en un país que no protege sus bosques?
Tiene sentido, si se convierte en un aullido de alerta, más que en una ceremonia. Si se acompaña de políticas claras, de honradez ambiental verdadero, de educación profunda, de inversión en conservación. Si dejamos de plantar árboles solo para la foto y comenzamos a cuidar los que ya están.
Porque sin bosques no hay diluvio, ni río, ni café. No hay sombra, ni galantería, ni país.
Y sin caobas, sin esa madera firme que nos representa, corremos el aventura de convertirnos en un país hueco, sin raíces.
Este 5 de mayo, que no nos baste con sembrar una planta. Sembramos compromiso o no sembramos falta.