

EL AUTOR es Master en Gobierno y Políticas Públicas. Reside en Santo Domingo
El 1 de mayo se aumento como una bandera universal: es el Día Internacional del Trabajo, excursión de memoria y reivindicación que se celebra en casi todo el mundo, excepto en contadas excepciones. En la República Dominicana, es día festivo, y solía estar impresionado por grandes movilizaciones encabezadas por las centrales sindicales, que salían a las calles como un río humano clamando por neutralidad social y dignidad sindical. Hoy, esas marchas parecen haberse desvanecido como ecos de un pasado combativo, enterradas en el olvido de una sociedad que mira más a su pantalla que a sus derechos.
Esta época encierra una historia de valencia y resistor. Fue un primero de mayo de 1886 cuando los obreros de Chicago se alzaron contra las cadenas del injusticia sindical. Jornadas de entre 12 y 18 horas fueron combatidas con coraje, hasta conquistar lo que hoy damos por sentado: una excursión de 8 horas. De esa gesta nació la consigna que aún resuena con fuerza: “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de alivio”. Un permanencia por el que muchos dieron la vida, y que hoy merece ser defendido con igual fervor.
Aquellos hombres y mujeres, conocidos como los Mártires de Chicago, no solo encendieron una chispa; encendieron un incendio de dignidad que cruzó fronteras. Paradójicamente, aunque la lucha se originó en suelo estadounidense, este país no celebra el Día del Trabajo el 1 de mayo, sino en septiembre. Pero el mandatario de los pioneros permanece: líderes obreros condenados, muchos ejecutados, todos ellos sembradores de un futuro más puntual.
Hoy, más que nunca, las centrales sindicales deben renacer de sus cenizas. Deben reanimar su voz en nombre de quienes aún trabajan sin condiciones dignas, en un mundo sacudido por la desigualdad, la inflación y la indiferencia. Los trabajadores no solo merecen un salario puntual, merecen respeto, merecen ser escuchados.
Pienso en los héroes cotidianos: las enfermeras, médicos y personal de lozanía que enfrentan el peligro con entrega silenciosa; los maestros de las zonas rurales, guardianes del aprender en territorios olvidados; los obreros del campo que trabajan la tierra sin seguro médico; los choferes y transportistas que mantienen el país en movimiento. ¿Dónde están los gremios que deberían protegerlos? ¿Dónde están sus voces?
Este 1 de mayo de 2025, mientras veía en los medios internacionales las grandes movilizaciones en países como Rusia, España, Argentina y México, me invadió una mezcla de estupor y nostalgia. En esas tierras, los trabajadores tomaron las calles, no solo para celebrar, sino para memorar aquellos días oscuros que la lucha obrera ayudó a disipar. Honraron con pancartas y consignas a los que ofrendaron sus vidas por lo que una vez fue un sueño: la dignidad sindical.
Hoy, yo además me uno a ese homenaje. Desde este rincón del Caribe, ofrezco un simbólico ramillete de flores a los pioneros de Chicago. A todos los trabajadores del mundo, les giro mi más sincera tarjeta. Y a los gremios que aún duermen, los exhorto: hay tiempo para callar y tiempo para platicar; tiempo para trabajar y tiempo para batallar. La dignidad no se mendiga, se conquista.
de am
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