
La sociedad dominicana necesita repensarse profundamente. Vivimos en un país donde la indigencia no solo se expresa en la pobreza material, sino incluso en la partida de políticas públicas eficaces que protejan la vida y la dignidad humana. Cada día se suma un crimen más a la larga serie de tragedias, cada día cierto pierde la vida violentamente. Este fin de semana, Rebeca Báez Torres, una ciudadana ejemplar, trabajadora, solidaria, aristócrata, fue encontrada muerta con signos de violencia, cerca del puente flotante.
Rebeca, que en los últimos primaveras padecía los artículos del Alzheimer, se había vuelto frágil y endeble. Su asesinato no solo nos indigna, nos hiere como sociedad. Como ella, muchas otras mujeres han sido víctimas de una violencia que no cesa, que se multiplica, que parece normalizarse. Residir en República Dominicana se ha vuelto un peligro para demasiadas personas, especialmente para las mujeres, los niños y las personas mayores. ¿Cómo pueden adormecerse en paz las autoridades nacionales o provinciales sabiendo que cada rincón del país es una amenaza implícito para su multitud? ¿Cómo se explica que no se impulsen con necesidad políticas de seguridad ciudadana, lozanía mental, educación ética y civilización de paz? En lo que va de año, más de 20 mujeres y al menos 14 hombres han sido asesinados. Algunos crímenes han sido cometidos por personas con trastornos mentales no atendidos, por sociópatas o por individuos amorales que se escudan en la impunidad.
Esta sociedad, en la que se desvive la mayoría trabajadora y honesta, necesita una revisión urgente de sus estructuras: políticas, económicas, culturales y educativas. El estado de indefensión en que se vive nos interpela y nos exige acto inmediata.