
Por Jazmín Díaz- Isabelle (nombre ficticio) es una pupila de fanales marrones y piel canela que todos los días ve los primeros rayos del sol desde el frío suelo de las calles dominicanas, conveniente a que no tiene un hogar en donde descansar. Con un cartón como cama y otro como sábana, debajo delelevado de las avenidas Mayor Gómez con Nicolás de Ovando.
Con escasamente 13 primaveras, se despierta con el sonido de los automóviles que recorren la zona para iniciar su día de sobrevivencia, limpiando cristalesde autos que le genera algunas monedas para manducar.
Los autos pasan zumbando a su costado. Algunos conductores la ignoran, otros la miran con desdén, pero ella se levanta igual, sin quejarse, observancia sus pocas pertenencias en un rincón del elevado de la Gómez con Ovando. Lo hace con la esperanza de que, al caer la tenebrosidad, todavía estén allí.
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Luego toma una botella plástica, le pone un poco de agua y champú, y se prepara para su excursión: barrer vidrios en los semáforos, con el objetivo de conseguir el peso para manducar.
No tiene hogar, ni padre. Siquiera sonrisa. De su hermana solo tiene pequeños buenos memorias e instantes de alegría cuando el vicio de las drogas no la tiene convertida en una mujer muy diferente a la que ella conoció.

Imagen ilustrativa
“Yo no conozco a mi grupo… Bueno, a mi mamá sí, pero no a mi papá”, dice Isabelle, con una voz que se decadencia entre el ruido del tránsito. “Mi mamá me dijo que es de Elías Piña, pero siquiera sé si tengo grupo allá. Aunque no creo… Si la tuviera, yo viviera con ellos”.
Deje sin lloriqueo, como si ya hubiese llorado todo, pero con la voz quebradiza. Recuerda que ayer tenían una casa, una vida más o menos natural, hasta que su hermana comenzó a tragar y a consumir sustancias. Y fueron desalojadas.
“Mi mamá fue quien me enseñó a barrer vidrios y a pedir en la calle. Al principio me decía que teníamos que trabajar para conseguir boleto y retornar a tener casa… pero luego me quitaba el boleto y se quedaba con él. Por eso ahora yo cojo mi boleto para mí. Cuando ella aparece, a veces le doy”.
El día de esta entrevista, Isabelle no sabía ausencia de su hermana desde hacía más de dos días. A veces se va por semanas. A veces no regresa.
Pero, aun así, Isabelle no quiere ayuda del Estado. Todavía observancia la esperanza inocente, dolorosa de que su hermana cambie, de que vuelvan a ser grupo, como ayer lo eran.
Al otro costado de la bordillo, la vida se repite con diferente acento
Miguel Y Samuel (nombres ficticios), prismáticos haitianos de 12 primaveras, venden guineos maduros frente a Plaza Cardenilloa escasos metros de Isabelle. Llegaron al país cruzando la frontera por la montaña, escondidos en una crío. Su hermana, vendedora ambulante, los trajo a La Zurza en exploración de poco mejor.
“Nosotros vivíamos en Haití”, cuenta uno, “mi mamá nos trajo por la montaña. Caminamos mucho y a posteriori nos escondimos en una crío hasta que llegamos aquí”.
Ellos sí van a la escuela, aunque no es ligera. Asisten a un colegio privado porque no tienen documentos para ingresar al sistema notorio.
Se levantan a las 4 de la mañana, van al Mercado Nuevo de la Duarte, compran los guineos, los empacan, y salen a traicionar. Trabajan hasta la 1:00 p.m., luego estudian, y si queda fruta sin traicionar, vuelven a la calle por la tarde.
“Mi mamá es buena. Ella nos ayuda, y nosotros la ayudamos a ella trabajando”dicen con inocencia.
A pesar de estar con su hermana y de estar escolarizados, temen cada día por una posible deportación. Tienen miedo de que los separen. Saben que su estabilidad pende de un hilo y que su vida depende de su trabajo.
Más que cifras
En los últimos cinco primaveras, un total de 4,488 niños han sido acogidos en los hogares de paso del Consejo Franquista para la Inicio y la Adolescencia (Conani). De estos, 2,311 son niñas y 1,877 niños, pequeños que fueron arrebatados de entornos peligrosos, muchas veces de manos de aquellos que debían protegerlos.
Esos hogares de paso o casas de acogida representan un respiro en medio de la tormenta para cientos de niños que han conocido el dolor ayer que el surtido. Pertenecen al Consejo Franquista para la Inicio y la Adolescencia (Conani), y están diseñados para aplaudir protección a menores que han sido víctimas de tropelía, desgobierno o explotación, y que requieren el auxilio del Estado.

Sigla de niños que fueron rescatados en los últimos cinco primaveras
Un total de 1,476 niños fueron rescatados en los últimos cinco primaveras tras ser encontrados en trabajos callejeros y forzosos. De ellos, 139 tenían menos de seis primaveras, 370 eran menores de 12, y 442 no llegaban a los 17. La mayoría, 603, eran dominicanos, mientras que 659 eran haitianos, reflejando una problemática que trasciende fronteras y evidencia la vulnerabilidad de la principio en la región.
En 2024353 niños fueron retirados de las calles: 151 eran dominicanos y 202 haitianos. De estos, 109 fueron hallados en avenidas, 20 en plazas comerciales, 2 en parques, 69 en la Zona Colonial, 15 por agentes de Politur y 83 por funcionarios de Conani.
En 2023, 286 niños fueron rescatados. De estos, 14 no superaban los seis primaveras, 102 eran menores de 12 y 143 aún no llegaban a los 17. Ciento treinta y seis eran dominicanos, 148 haitianos y dos de otras nacionalidades. La mayoría —126— fue hallada en las principales avenidas del país, donde el tráfico y la exigencia son parte del diario estar.
En 2022, 305 niños fueron salvados de la indigencia. 166 eran haitianos y 139 dominicanos. De ellos, 65 fueron enviados a hogares de paso, 47 trasladados al centro vocacional de Haina, y 148 pudieron reencontrarse con sus familias.
El 2021 fue aún más preocupantecon 330 niños rescatados. 67 eran menores de seis primaveras, 148 no llegaban a los 12 y 110 estaban por debajo de los 17. La mayoría tenía procedencia dominicana.
En 2020, en medio de la pandemia del covidla monograma descendió a 202 niños encontrados viviendo en las calles o realizando trabajos forzosos.