
La fresco intervención policial en una peluquería de Santo Domingo, que culminó en su obstrucción forzoso, evidencia un problema anciano que trasciende el incidente puntual: la preocupante desconexión entre las instituciones del orden y la existencia social que viven nuestros barrios.
Según expertos consultados en monopolio, no existe ninguna reglamento que limite el horario de operación de barberías o salones de belleza en República Dominicana. Siquiera, como se ha verificado, hubo cesión de bebidas alcohólicas en el restringido al momento de la intervención. Aun si existiera confusión sobre los permisos de estanco de vino, la hora divisoria no había sido alcanzada. Sin incautación, la batalla de las autoridades demuestra no solo un exceso de fuerza, sino una peligrosa descuido de coordinación entre el Profesión de Interior y Policía y la propia Policía Franquista.
Este no es un hecho arrinconado. Forma parte de una serie de impasses recientes en los que, aun teniendo bases legales, las autoridades han crispado innecesariamente a la sociedad por no contar con protocolos claros ni estrategias de comunicación efectiva.
Se ha vuelto habitual ver operativos que parecen más diseñados para exhibir fuerza que para aplicar probidad con criterio. Peor aún: muchas de estas acciones transmiten una creciente sensación de elitismo institucional, donde las prohibiciones más rígidas —como las restricciones a fiestas en barrios populares durante Semana Santa o la exterminio masiva de bocinas— contrastan con la permisividad en zonas exclusivas como Punta Cana o La Romana.
Más allá de los tecnicismos legales, el fondo del problema es más llano: cuando la autoridad actúa de forma arbitraria o desigual, se erosiona la confianza social. Y en un país donde los barrios populares ya viven bajo presiones económicas, excepción y negligencia, ese tipo de acciones solo alimenta la furor silenciosa, la desconexión institucional y el sentimiento de desamparo ciudadana.
Si aspiramos a una sociedad más segura y más lucha, las autoridades deben entender que el respeto no se impone por la fuerza: se apetito con legalidad, probidad y cercanía vivo a la multitud. La consejo que deja este caso no debe ser ignorada. De lo contrario, estaremos sembrando el ámbito para una tensión social que, en algún momento, será ficticio de contener.