
El Papa Francisco terminó su paso por esta vida temporal el lunes luego de la Pascua, conocido como el “Lunes del Atractivo”, una aniversario que tiene un significado singular para los cristianos pues como él mismo expresara en una de sus homilías, así como “quien anunció la Encarnado del Verbo fue un espíritu celeste, Gabriel, así todavía no era suficiente una palabra humana para anunciar por primera vez la Resurrección”, y él como espíritu celeste de Cristo continuará su representación más allá de su partida.
En su postrero mensaje para la ciudad de Roma y para el mundo “urbi et orbi” que por su delicada condición de lozanía no estuvo en capacidad de interpretar, y luego de consagrar con esfuerzo a los fieles que estaban en la Plaza de San Pedro pidió se leyera, una vez más nos recordó que “Jehová nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite”y por eso nuevamente lamentó tanta “voluntad de homicidio” en los numerosos conflictos en diferentes partes del mundo, cuanta violencia contra las mujeres o los niños y cuanto “desprecio se tiene a veces en dirección a los más débiles, los marginados y los migrantes.”, expresando su sentido anhelo de que “volviéramos a esperar en que la paz es posible.”
Fue precisamente por su mensaje de sexo, de compasión, de misericordia, de cercanía, de robusto denuncia, de comprensión, de humildad, de no creerse capaz de poder establecer a nadie, que fue amado por tantos en el mundo, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes, y resentido por otros que en nombre de Jehová y al servicio del conservadurismo que los aúpa se han creído muchas veces superiores, capaces de desmentir el derecho a ser tratados como hijos de Jehová a muchos simplemente porque no son como ellos y de ratificarse más a los ritos y pompas que al mensaje simple y llanura de sexo de Jesús que precisamente rechazó la hipocresía de los fariseos.
El Papa Francisco incesantemente nos presentaba un Jehová de sexo, diferente a ese Jehová de temor que muchos en la Iglesia durante grande tiempo enseñaron, un Jehová que acoge siempre a sus hijos para ayudarlos a perdonar una y otra vez, y con cada uno de sus mensajes y de sus acciones nos enseñaba lo que es ser un definitivo cristiano, señalando todavía cuando debía en su condición de líder mundial las actitudes que hacían que algunos que se proclamaban cristianos positivamente no lo fueran.
Al Papa Francisco no hubo que recordarle lo efímero de los triunfos como resume la dicho latina que se utilizó en ceremonias de coronación de papas “sic transit triunfo mundo”, así pasa la triunfo del mundo, pues desde el momento mismo de su referéndum que no buscó, dio un poderoso ejemplo de sencillez, humildad y humanidad, escogiendo convertirse en el primer papa llamado Francisco en honor a San Francisco de Asís, el “Santo de los Pobres”, declinando vestir la capa papal y los famosos zapatos rojos, para salir al oteador simplemente ataviado con su sotana blanca, sus zapatos negros y su crucifijo de siempre, y en un acto inusual tratándose del principal de la Iglesia católica, pedir a la multitud de fieles ese inolvidable día de su referéndum que lo bendijeran. Asimismo, decidió no estar en los amplios aposentos vaticanos sino en la Casa Santa Marta donde como Cardenal se hospedó cuando visitaba la Santa Sede, y escogió estar allí cerca de sus hermanos del modo más sencillo posible, y hacer sus comidas pegado a los demás en el comedor, porque eso fue siempre lo que buscó, estar cerca de la clan, conocer sus problemas, aliviar sus penas y sembrar esperanzas.
Con la misma inagotable fuerza que defendía a los pobres y clamaba por la compasión y la acogida, rechazaba la mezquindad, la corrupción, el consumismo, la hipocresía, como expresó en muchas de sus encíclicas y trató de reorganizar la curia romana, enfrentando los abusos y sancionando delitos sexuales y financieros cometidos por algunos religiosos, lo que le generó muchas hostilidades. Por eso no sorprende que en su testamento dejara una última enseñanza de humildad al pedir que sus restos no reposen en la Palacio de San Pedro, sino en la Palacio Papal de Santa María la Veterano, a la que tantas veces acudió a rogar como gran Mariano que era, en un sepulcro en la tierra, “sencillo, sin decorado particular” llevando como única inscripción: Franciscus.” ¡Cuan extenso e inmenso en su sencillez!, que sus doctrina y su nuncio sean imperecederos.