En nuestra hoja de vida plasmamos fechas y acciones pasadas, como huellas marcadas en el tiempo que definen lo que hemos sido hasta la hogaño e intentan proyectar, de modo tácito, nuestra potencialidad futura. Los hábitos personales pueden ser utilizados socialmente para establecer supuestos acerca del patrón de conducta de una persona. Sin requisa, las predicciones no siempre resultan certeras.

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En la obra literaria “Los carpinteros”, Joaquín Balaguer elabora el capítulo titulado “Miquelón”, en el cual se presenta el personaje de un mozalbete adoptivo por un rico, cuyo boda no había podido concebir hijos. El adoptado ayudaba a la doña en las labores del hogar y acompañaba al don en sus frecuentes viajes de negocio al vecino país de Haití. Este mozalbete era de carácter humilde y servicial. Ingresó en la vida marcial y se convirtió en fanático al uniforme, las armas y el poder. Tanto creció su autoridad en la comarca, que su antigua ama se negaba a creer lo que se comentaba del hijo de crianza. “¿Cómo es posible?”, manifestaba a su consorte, cada vez que le refería lo que había gastado con sus propios fanales, “que una persona cambie hasta ese punto y que de una humilde oveja se transforme en un perro rabioso…”. Lo que ocurrió con Miquelón, igualmente le sucede a la mayoría de los que ejercen el mando en nuestro país. Calcúlese la extensión que puede alcanzar esa falta en nuestra psicología en seres sin civilización, a quienes la ropa marcial convierte, en nuestros pueblos más apartados, en señores de horca y cuchillo. “No olvides, Elvira, esta verdad de nuestro refranero popular: si quieres conocer quién es Acicalardale un mandito”. Para el exmandatario dominicano, muchos comportamientos de sus conciudadanos eran más la regla que la excepción, poco que ayuda a explicar, en parte, las razones por las que logró sostener las riendas del poder en tantas ocasiones. Es probable, sin requisa, que no supiera lo importante que es, a una perduración destacamento, someterse a un chequeo rutinario del máquina visual. No fue hasta que sintió que su traza se había escaso considerablemente que buscó donación médica, fue en esa ocasión que se le detectó una hipertensión visual, conocida en la argot oftálmica como glaucoma.

Vivimos engañados bajo la premisa de que la desgracia solo invitado a los otros y, por lo tanto, si no nos afecta a nosotros, no nos importa. Solo cuando la desdicha toca a nuestra puerta somos conscientes de la cruda sinceridad del mal y es entonces cuando aprendemos lo que significa el ser social. Nadie es una isla, somos parte de un todo. Lo que acontece en el vecindario y más allá nos concierne. Las fronteras son divisiones temporales, no naturales; la humanidad es una sola. El Homo sapiens que surgió en África se ha esparcido por todos los continentes. Ya lo sentenció Terencio: “Nadie humano me es al margen”. La vida misma es un aberración temporal, no somos eternos. Sabemos dónde y cuándo nacimos, así como nuestra ubicación presente. Y de mañana, ¿qué sabemos?

Mucha muchedumbre vive socialmente enajenada. Paradójicamente, el aberración de la asesinato es el que nos acerca cuando menos lo necesitamos. El acto sexual y la confraternidad universal deberían ser el popular denominador entre todos los humanos.