
El inminente vallado del Palacio de las Cortes no solo dejará secuelas emocionales entre los servidores de la Suprema Corte de Jurisprudencia (SCJ) y de la Procuraduría Universal de la República (PGR) que laboran allí, sino además económicas a los vendedores ambulantes, parqueadores de vehículos y otros que operan pequeños negocios en los alrededores de la edificación en desalojo correcto a su damnificación estructural.
En el caso de los trabajadores informales que desde ya ven en peligro el sustento de sus familias, destaca el de Agustín Ozuna, quien desde hace cerca de de 40 primaveras regentea una biblioteca móvil que abastece de textos jurídicos, principalmente, a abogados, jueces, legisladores, estudiantes de Derecho, y hasta a periodistas.
Agustín llega temprano al Centro de los Héroes, y estaciona estratégicamente su envejecido carrito marca Toyota en la calle Juan de Altísimo Ventura Simó, acoplado entre el Palacio de Jurisprudencia en desalojo, y el innovador edificio que comparten la SCJ y la PGR.
Coloca sus libros en saldo sobre el capó punta del utilitario, y en un exhibidor hecho en madera que recuesta en la puerta trasera del mismo, mientras él ocupa un asiento debajo de pequeño árbol sembrado sobre la reborde, que escasamente lo cubre del candente sol, pero no del calor sofocante que abraza a esta media isla caribeña, ni de la precipitación.
“En este negocio yo he trillado ocurrir a importante personalidades de la honradez; a mí todo el mundo me conoce, me saludan y vienen a comprar libros, o si no, envían a otros buscarlos…”, dice con cierto orgullo Agustín.
La venida de una muchacha mujer que interrumpe la entrevista para decirle que el abogado tal la envió para que él le entregara determinada ley “y que ustedes hablan luego” , no lo dejan mentir; él es una autoridad en la saldo de libros en este punto.
No es mercader cualquiera
Agustín tiene 66 primaveras de perduración, estudió Contabilidad, y es casi abogado, pero su coito por los textos jurídicos se remonta a sus primaveras mozos cuando, en la decenio de los primaveras 70, comenzó a trabajar en la Biblioteca “Castimor”, ubicada en la calle Miltrado Portes de la Ciudad Colonial.
“Mi abuela, que en paz descanse, tenía conocidos en la Zona Colonial, entre ellos a la tribu Castillo Morales, que eran los dueños de la biblioteca Castimor, una de las clásicas en esa época que se especializaba en la saldo de libros de Derecho; yo fui encargado de esa biblioteca, y ahí me hice impresor”, cuenta con entusiasmo Agustín en una entrevista a esta reportera.
Puedes estudiar: Robert Polanco destaca articulación de 32 instituciones del Estado en “El Gobierno Contigo”
Primera saldo: RD$5.00
Refirió que inició su negocio de saldo de libros con Daniel Liberato, dueño de La Filantrópica, otra biblioteca emblemática de la Ciudad Colonial, quien en una ocasión lo hizo ir al Palacio de las Cortes a entregar libros a consignación, pagándole un 20% de las ventas.
“Yo memoria que el primer día vine con un bultico y vendí creo que fueron RD$5.00, y desde entonces venía todos los días a entregar hasta que puse mi negocio aquí. De eso hacen casi 40 primaveras”, enfatizó.
Dice que en esa época se surtía en la ONAP, ubicada en el calle 12 del Huacal, y recuerda que eran baratos: “yo me surtía con RD$500; el Código Civil en tirada de faltriquera costaba $4 y yo lo vendía a $5, me ganaba 100 pesos que en ese entonces eran mucho”, subrayó.
Negocio próspero en peligro
Agrega que con su negocio propio ya montado en el sector La Feria, sus ganancias han aumentado “hasta en un 50%”, esto, sin contar con la saldo de togas, birretes y corbatas para los abogados, que ha incluido. “Se podría aseverar que la saldo de libros es mi resistente porque es lo que uno más tiene. Al día, se venden $500, $1,000, $2,000, y hasta RD$3,000, varía muchísimo: el día más malo vendo menos de $1,000, y el día que más, hasta $5,000”, señaló.
Libros en crencha
Confiesa que en principio pensó que los libros en la Internet lo afectaría mucho en su negocio pero no ha sido así, porque según él, no todos los abogados dominan la tecnología digital, y otros, que sí lo hacen, prefieren los textos impresos.
“Yo pensaba que con el asunto de la internet las leyes no se iban a entregar porque todo el mundo las iba a descabalgar, pero se venden, porque hay abogados que mantienen su forma clásica de hacer anotaciones en cada párrafo, además porque les molesta la traza o porque con el manual físico se manejan mejor”.
Llegó la incertidumbre
Sostiene que el negocio es bueno, que le ha permitido una estabilidad económica holgada para permanecer a su tribu y tener dos hijos profesionales, “pero ahora, con mi situación de vitalidad y la mudanza del Palacio de Jurisprudencia, las cosas cambian”, dice con dejo de preocupación.
Y es que, por su diabetes, a Agustín le amputaron un pie y está casi ciego, lo que le impide rajar con regularidad el negocio del cual han vivido él y su tribu, y mucho menos mudarse del punto.
“A veces duro hasta un mes sin poder venir y ahora, con el vallado del Palacio de Jurisprudencia, eso me afecta considerablemente porque no habrá la misma cotidianidad de abogados para venir a comprar libros; adicionalmente de que no sabemos qué tiempo va a durar cerrado, ya que solo una que otra audiencia la van a hacer de forma presencial, pero no es lo mismo…” agregó.
TESTIGO MUDO
Afirma que la preocupación por la mudanza del Palacio de las Cortes no solo es de él, sino de muchos otros que trabajan con el Derecho.
Dice ser informante de conversaciones muy diversas entre abogados que buscan sombra debajo del pequeño árbol de que le da cobijo en su negocio. Críticas al sistema de honradez, e impotencia delante la irreversible implementación de la tecnológica que no todos dominan. “Hay mucha preocupación entre abogados que cobran RD$2,000 por día para representar a otro colega en estrado, porque con las audiencias virtuales ya no los necesitarán; hay otros que no dominan la tecnología y serán ellos los que tendrán que tendrán que acreditar…; yo escucho pero no hablo”, puntualizó.