
Por Abril Peña
El 30 de mayo de 1961 no fue el fin de una dictadura. Fue el principio de una hendidura.
Esa tenebrosidad, en una curva de la carretera Duarte, tres balas perforaron el cuerpo de Rafael Leónidas Trujillo. Pero no alcanzaron a derrumbar todo lo que él representaba.
Porque Trujillo no solo era un hombre: era un sistema. Y los sistemas —como las sombras— a veces tardan décadas en disiparse. Los hombres que lo ajusticiaron no eran perfectos. No eran héroes de película. Pero hicieron lo que casi nadie se había atrevido a hacer: malquistar al miedo. Y en un país donde cuchichear podía costarte la vida, disparar al dictador era una forma extrema de proponer “puntada”.
¿Qué significó entonces?
Significó romper el mito de la invencibilidad. Significó que los pueblos, incluso sometidos, no están dormidos… solo esperan su momento. Significó que hasta el poder más completo puede caer si se le enfrenta con determinación. Pero incluso significó dolor. Venganza. Raza.
Porque el régimen, herido, reaccionó con furia. Y muchos de los que participaron en la operación pagaron con sus vidas. Ramfis Trujillo desató una búsqueda salvaje que dejó claro que el fin del dictador no era el fin del trujillismo.
¿Y qué significa hoy?
Significa que la memoria no puede ser selectiva. Que no puntada con rememorar al dictador como un “catalogador del país” o como “el que hizo obras”. Significa que no se puede romantizar al sayón solo porque algunos todavía añoran el orden impuesto por el miedo.
Significa que hay que mirar en torno a y preguntarnos:
¿De verdad dejamos antes la mentalidad trujillista? ¿O solo cambiamos de traje, de patronímico… y de discurso?
Porque cuando los gobiernos persiguen al que piensa diferente, cuando los líderes creen que el país es su finca, cuando la muchedumbre aplaude al que “pone orden” aunque pisotee derechos… el trasgo de Trujillo no está muerto.
Solo cambió de rostro.
Hoy, más de seis décadas posteriormente, el 30 de mayo sigue siendo una vencimiento incómoda. Porque no fue una fiesta. Fue un sacrificio.
Y los países que no honran a quienes se atrevieron a destapar la hendidura…terminan atrapados otra vez en la oscuridad.